viernes, 24 de diciembre de 2010

EL ÁRBOL

                                     
En un lugar del bosque donde se encontraban árboles y pájaros cantando, crecía un árbol al que cuando llegaba la primavera le salían una flores bellísimas en sus ramas. Esas flores hacían que fuera el árbol más bonito de todos por sus colores. Estaba situado junto a un río, al que solía ir la gente para olvidarse de sus problemas. Como ese río lo conocía mucha gente, cuando veían el árbol, no dudaban en coger una flor.
Un día pasó por allí un niño y cogió unas cuantas flores.
-¡Qué flores tan bonitas! -dijo el niño - Voy a dárselas a mi mamá, seguro que se pone muy contenta.
El niño no se daba cuenta de que al árbol le estaba haciendo daño.
Ocurrió que un día pasó otro niño por ahí, fue a coger una flor, y el árbol al darse cuenta de que se le acercaba un niño, empezó a hacer mucha fuerza, para que no le arrancara ninguna flor. Como el niño no podía coger la flor dijo:
-¡Estúpido árbol! –dijo enfadado. - No me sirves para nada.
El niño empezó a pensar y decidió coger una sierra, para así poder llevarse la flor. Cuando trajo la sierra, el árbol se asustó y, de alguna hoja se le caía alguna lágrima.
-¡Ahora te vas a enterar! -dijo enfadado.
Cuando le arrancó una flor con la sierra, le arrancó también una rama, y al árbol le hizo mucho  daño. De la tristeza, se sintió sin fuerzas para sostenerse, se inclinó hacia un lado, parecía que se iba a caer al suelo. Un anciano fue a dar un paseo, pero al ver el árbol, se detuvo enfrente de él y lo miró con una cara triste.
-¡Pobre arbolito, te estás quedando sin flores y sin ramas! -dijo angustiado - A partir de hoy vendré todas las tardes a regarte y te pondré un palo para intentar sostenerte.
Y así fue, todas las tardes, se acercaba a regarlo. El primer día trajo un palo, y le costó un poco colocarlo en la posición correcta para sostener al árbol. El anciano se daba cuenta de que seguía viniendo gente, y de que cada día tenía menos flores.
-¡Todo lo que hago no está sirviendo de nada, porque cada vez tienes menos flores y menos ramas! -dijo el anciano enfadado. - Yo ya no puedo hacer que vuelvas a encontrarte bien, porque cada vez me hago más mayor, y tengo menos fuerzas para ayudarte.
Entonces, al anciano se le ocurrió hablarle del árbol a su nieto, y le dijo que fuera a regar el árbol y a cuidarlo. A su nieto, le parecía una tontería hacer eso todos los días, porque no le importaba que el árbol se muriera o no.
-¡Vale abuelo, lo haré, pero cállate ya, que me estás aburriendo y tengo otras cosas que hacer! -dijo el nieto con mala cara.
Pero el nieto le mintió a su abuelo, le parecía que así desperdiciaba su tiempo y entonces decidió hacerle caso solo hasta que su abuelo muriera y le dejara en paz con esa tontería. El nieto sabía que a su abuelo le faltaba muy poco para morir. Cuando salió de casa a tomar el aire dijo:
-Cuando él  muera dejaré de hacer esa chorrada, y así no tendré que escuchar al pesado de mi abuelo.
Después de una semana el abuelo se murió y el nieto dejó de hacer lo que le pidió su abuelo.
-¡Ya no te tendré que regar ni cuidar más el árbol! -dijo el nieto.
Entonces el árbol escuchó lo que dijo y se entristeció. El árbol cada vez estaba más cerca del suelo. Una mañana el árbol estaba en el suelo, sin hojas, sin ramas y sin flores. El nieto, como no sintió mucha pena por la muerte de su abuelo, pues por la del árbol tampoco. En cambio otras personas sí, y decidieron plantar un árbol cada una.
-¡Siento pena por el árbol, porque todos poco a poco le hemos estado arrancándole flores, y le hemos hecho daño!-dijo uno.
Entonces empezaron a plantar árboles,  y ese lugar era más bonito que antes, casi parecía un bosque encantado. Ahora iba más gente, a ver los árboles, pero no para arrancarles las flores.
-Nos ha quedado más bonito de lo que me imaginaba. -dijo una niña pequeña.
La abuela, triste por la muerte de su marido y aunque había pasado algo de tiempo, le dijo a su nieto:
-Acompáñame a plantar un árbol con los demás. -dijo la abuela.
-¿No puedes ir tú sola allí?, yo estoy cansado. -dijo el nieto.
-¿Y te crees que yo no? -dijo la abuela mirando a su nieto con mala cara.
El nieto, no tuvo más remedio que acompañar a su abuela a ese lugar si no quería que se enfadara con él. Cuando llegaron allí, el nieto se dio cuenta de lo importante que eran los árboles para mucha gente. Entonces se animó, y plantó un árbol junto a su abuela.
-A partir de ahora intentaré ayudar un poco más a los árboles. -dijo el nieto.
-Así me gusta. -dijo la abuela sonriéndole.
Mucha gente se acercaba por allí, para contemplar la belleza de ese lugar. Había tanto colorido que era único en la zona. También algunos días, iban allí de picnic las familias, y al nieto se le ocurrió una idea:
-El bosque podría quedar mejor, si hubiera animales corriendo y viviendo por aquí mismo.
-¡Me parece una gran idea, pero eso habría que comunicárselo al alcalde! -dijo su abuela.
A la tarde siguiente, se acercaron los dos a su casa, tocaron a la puerta, y una persona muy amable los atendió y los llevó hasta donde se encontraba el alcalde.
-¡Buenas tardes señor alcalde!, nos gustaría que si le parece bien, por supuesto, se instalaran  unos cuantos animales en el bosque, en ese sitio tan particular de nuestro pueblo. -dijo la abuela contenta.
-Pues no estaría mal. Saben que, mañana por la mañana, en el bosque nos ponemos a ello. –dijo el alcalde de buena gana.
La abuela y su nieto se fueron contentos a casa, esperando impacientes a que llegase el día siguiente. Al otro día…
-Vamos abuela, prepárate para ir al bosque.
Cuando ya estaban en el bosque, todo estaba ya lleno de animales: había conejos saltando, pajaritos, ciervos, mariposas, ardillas…
-¡Mira abuela qué conejo tan blanquito, éste es un lugar maravilloso! -dijo el nieto entusiasmado.
A ese árbol le gustaba que admirasen sus flores, pero no que se las arrancaran, aunque eso ya lo había aprendido el nieto, que hay que ayudar, cuidar y respetar a los árboles.

martes, 7 de diciembre de 2010

LO QUE DE VERDAD IMPORTA

                                 

Un día a una niña le pasó algo que creyó que nunca le podía pasar. Se llamaba Amelia y tenía 10 años. Vivía con su padre y su madre en un pueblecito no muy grande, Nublejos, donde todos los niños se reunían para jugar.
-Hola chicos, ¿qué  vamos hacer esta tarde? -dijo ella.
-Pues no sé, aunque hoy parece un buen día para ir al río a jugar con el agua, y coger pececitos. -dijo uno de los niños.
-Entonces nos vemos luego en el río. -dijo Amelia.
 Amelia le dijo a su madre lo que habían hablado ella y sus amigos,  y aunque a su madre no le gustó mucho la idea de que fueran al río, Amelia se marchó. Fueron todos los niños con sus botas de agua. Amelia llevaba en el dedo un anillo que le había regalado su madre en su último cumpleaños. Se metieron en el interior del río, el agua estaba un poco fría.
-¡Mirad qué pececito tan bonito he encontrado! -dijo Amelia. Voy a cogerlo.
Metió la mano, pero cuando sacó la mano del agua, el anillo había desaparecido. Empezó a buscarlo a lo largo del río, y como estaba tan triste, no se daba cuenta que cada vez se alejaba más de los demás. Siguió buscando un buen rato, y cuando se dio cuenta, se había perdido, no sabía en qué punto del río se encontraba. De repente, vio una serpiente de agua y se asustó.
-¡Qué miedo, hay una serpiente y es muy grande! -dijo asustada. Voy a intentar esquivarla y seguiré adelante.
Consiguió alejarse de la serpiente y suspiró aliviada.
-¡Me he perdido, y además también he perdido el anillo, y ahora qué hago! -dijo ella triste.
Amelia se echó a llorar, en ese momento necesitaba a sus padres. No sabía qué hacer y cada vez se encontraba más nerviosa porque, según iba avanzando,  el agua le cubría más, ya le llegaba casi a las rodillas. Como estaba rodeada de ramas, hojas…  intentó atravesar todo eso y se raspó un poco.
-¡Qué daño, ya me he raspado con una rama! -dijo Amelia llena de tristeza.
Cuando consiguió salir del río, se encontraba en la carretera, estaba muy cansada, pero vio a lo lejos una casa pequeña, vieja, que estaba al otro lado de la carretera.
-Voy a ver si me pueden ayudar y darme un poco de agua, porque estoy sedienta. -dijo Amelia cansada- Pero antes de ir voy a ver si pasa algún coche.
Mientras tanto en su pueblo ocurría esto:
-¿Dónde está Amelia?, no la veo por ninguna parte. -dijo un amigo de Amelia-. Vamos a buscarla.
-¡Amelia,  Amelia,  Amelia! ¿Dónde estás? -dijeron todos sus amigos a la vez.
Como no la encontraban, tristes, fueron a su casa a avisar a sus padres para que estuvieran al tanto de lo que había ocurrido. Se lo explicaron todo lo que había pasado, pero los padres no se lo tomaron muy bien y empezaron a buscarla, si no aparecía llamarían a la policía.
 Mientras Amelia, que ya había llegado a la casita, tocó a la puerta y le atendieron dos personas mayores.
-¡Hola!, me he perdido y necesito que me ayuden. -dijo Amelia.
Esas personas la atendieron muy amablemente, y le dieron algo de beber. Amelia  preguntó:
-¿Cuánto falta para llegar a Nublejos? -dijo ella.
-Siguiendo esta carretera llegarás,  faltará como un kilómetro. -dijeron ellos.
Amelia muy contenta les dio las gracias por la ayuda que le habían ofrecido y se fue corriendo, tenía un poco de miedo porque se estaba haciendo muy tarde. Estaba asustada y preocupada por su familia. Más adelante, se encontró un pajarito herido en medio de la carretera, tenía las alas aplastadas y no podía volar.
-¡Pobre pajarito!, seguro que lo habrá atropellado algún coche. -dijo Amelia-. Lo voy a coger y cuando llegue a casa lo cuidaré hasta que se recupere.
Tenía las plumas de color blanco y negro muy bonitas, la lástima era que estaba herida. En cuanto empezó a ver el pueblo, se alegró mucho. Fue hacia su casa pero vio que se encontraban todos en la plaza del pueblo. Al ver a sus padres se acercó a ellos, dejó el pajarito en el suelo, y les dio un abrazo tan fuerte que parecía que hacía un siglo que no los hubiera visto. Recogió el pajarito y les fue contando a sus padres y a sus amigos todo lo que a ella le había pasado, desde el principio hasta el final.
-¡Menos mal que estás bien!, da igual que se haya perdido el anillo, tú eres lo que de verdad importa. -dijo la madre. Eso sí, ahora hay que curar al pajarito, pero no me vuelvas a dar otro susto así.
Ya había pasado todo, ahora se encontraba en Nublejos con los demás. Amelia fue muy valiente. Pero quién sabe lo que hubiera podido ocurrir.
-Vamos a olvidar todo esto que ha pasado y vamos a jugar, que el día sigue. -dijo un amigo de Amelia.
Cuando llegó la hora de cenar, Amelia se fue a su casa cansada, y se lavó muy bien las manos con jabón, porque las tenía muy sucias de estar por el río jugando.
-¿Qué hay de cenar mamá? -dijo Amelia hambrienta.
-Sopa muy calentita, y después un vaso de leche con cereales. -dijo la madre.
Amelia empezó a cenar, olvidándose de todo lo malo que le había pasado ese día. Cuando acabó, le dio un beso a su madre, y aunque no tenía muchas ganas, se dio una ducha antes de irse a la cama, porque el día había sido agotador.
-Tienes la toalla encima de la silla, y si tienes frío avísame que te pondré la estufa -dijo la madre en voz alta.
-Vale mamá, pero deja de chillar que nos van a oír los vecinos. -le contestó Amelia.
Cuando acabó, subió a su cuarto, y se puso el pijama. Sus padres ya estaban en la cama porque no había sido un día muy agradable al enterarse de que su hija había desaparecido. Amelia cerró los ojos y dijo en voz baja:
- Otra vez, tendré más cuidado. -dijo Amelia casi dormida.
Cuando se hizo de día y se despertó, Amelia se dio cuenta de que el pajarito no se movía. Había muerto por la noche. Amelia se puso a llorar.
-¿Qué te pasa cariño? -dijeron sus padres.
-El pajarito se ha muerto. -dijo ella triste.
-Lo siento mucho cariño, pero tendrás que sacarlo fuera. -dijo su padre.
-Está bien papá, pero lo quiero enterrar en el jardín, para recordar siempre mi aventura. -dijo Amelia.
Los padres le contestaron que sí. Lo cogió, y con sus manos empezó a escarbar, lo enterró llena de tristeza, diciendo:
-Adiós pajarito, no te olvidaré. -dijo Amelia.
-Ve a lavarte la cara Amelia, que la tienes llena de lágrimas, y así no es que estés muy guapa. -dijo su madre.
Amelia se fue a lavar la cara. Intentó no recordar lo que le había pasado al pajarito, y decidió quedarse en casa a ver la televisión para entretenerse un rato.
Llegaron sus amigos para que saliera a jugar con ellos, pero decidió quedarse en casa a ver la televisión porque todavía sentía mucha tristeza por su pajarito. Sus amigos, se marcharon a jugar sin Amelia. Ella al ver que los había dejado solos, cambió de opinión, cogió la chaqueta, y se fue corriendo a alcanzarlos.
Cuando regresó de nuevo a casa, su madre le tenía preparada una sorpresa. En una tarjeta ponía “tú eres lo que de verdad me importa”, y dentro ya pudo imaginar lo que había: un anillo como el que se le había perdido, y que pensaba que tanto iba a disgustar a su madre.