viernes, 15 de julio de 2011

LA LEYENDA DEL CHAJÁ




El anciano Aguará era el Cacique de una tribu guaraní. En su juventud, el valor y la fortaleza lo distinguieron entre todos; pero ahora las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas es sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños.
Un día soleado, unos cazadores salieron a ver si tenían suerte y cazaban algo; cazaron un conejo, y de pronto se escucharon muchos disparos seguidos desde donde se encontraba la tribu. Taca, la hija de Aguará, extrañada, no entendía lo que estaba ocurriendo. Fue directa hacia su caballo y fue hacia donde se habían escuchado los disparos; pero, a mitad de camino, ya no se escuchaban los disparos, habían parado, con que regresó a la tribu.
Pasaron tres días y los cazadores no regresaban. Taca le dijo a su padre:
-Voy a ver si veo a los cazadores por el bosque -dijo ella.
-Por favor, ten mucho cuidado hija, no quiero que desaparezcas de mi vida -dijo Aguará.
Taca había entendido muy bien lo que había querido decir su padre con eso de desaparecer de su vida; se montó en el caballo, y se fue en busca de los cazadores. Después de una hora, se encontró a dos cazadores muertos, algo les había atacado.
Volvió al pueblo y le contó a su padre lo que habían visto sus ojos.
-Padre, voy  a ir al bosque a ver lo que ha atacado a los cazadores -dijo su hija.
-¡Ten mucho cuidado!, no sé qué haría sin ti, ya soy mayor y si me muero, - le contestó Aguará-  tú serías la que me sustituirías.
Taca se montó en su caballo y se fue hacia el bosque. Vio algo entre las hojas,  se le iba acercando cada vez más, y… abrió sus alas haciendo un ruido extraño. Taca se asustó, era…
-¡El Chajá!-dijo asustada.
Taca había escuchado muchas historias del Chajá que le contaban sus abuelos, lo extraño era que había atacado a los cazadores siendo inofensivo, no llegó nunca a pensar que de verdad existiera.
Era enorme, tenía los dientes afilados, las uñas de los pies y de las manos puntiagudas. Se dio cuenta de que el Chajá estaba herido, tenía dos balas en el cuerpo, ahora entendía por qué  había atacado a los cazadores: el Chajá se había asustado por los ruidos de la escopeta al disparar.
Taca cogió una cuerda gruesa y larga que tenía encima del caballo, la lanzó encima del ave, le agarró las manos y los pies, para evitar que se moviera demasiado.
Cogió su botiquín, que siempre llevaba encima por si ocurría algo. Lo abrió y sin tener idea de cómo extraer una bala, cogió unas pinzas, hizo fuerza hacia fuera y la sacó. Luego hizo lo mismo con la otra. Cogió unas vendas y se las enrolló alrededor de donde le habían dado las balas.
El Chajá se sintió mejor y se dio cuenta de que Taca le había ayudado. Taca le acarició su pelaje y el Chajá se fue volando.
Taca guardó todo lo que había sacado: las cuerdas, las pinzas, el botiquín… Se montó en su caballo y se fue hacia la tribu.
Aguará se alegró al verla, la abrazó y le dio dos besos.
-¿Qué ha pasado?-dijo su padre.
-Es una larga historia-dijo ella.
-Cuéntamela, tengo todo el tiempo del mundo-le contestó su padre.