En un lugar del bosque donde se encontraban árboles y pájaros cantando, crecía un árbol al que cuando llegaba la primavera le salían una flores bellísimas en sus ramas. Esas flores hacían que fuera el árbol más bonito de todos por sus colores. Estaba situado junto a un río, al que solía ir la gente para olvidarse de sus problemas. Como ese río lo conocía mucha gente, cuando veían el árbol, no dudaban en coger una flor.
Un día pasó por allí un niño y cogió unas cuantas flores.
-¡Qué flores tan bonitas! -dijo el niño - Voy a dárselas a mi mamá, seguro que se pone muy contenta.
El niño no se daba cuenta de que al árbol le estaba haciendo daño.
Ocurrió que un día pasó otro niño por ahí, fue a coger una flor, y el árbol al darse cuenta de que se le acercaba un niño, empezó a hacer mucha fuerza, para que no le arrancara ninguna flor. Como el niño no podía coger la flor dijo:
-¡Estúpido árbol! –dijo enfadado. - No me sirves para nada.
El niño empezó a pensar y decidió coger una sierra, para así poder llevarse la flor. Cuando trajo la sierra, el árbol se asustó y, de alguna hoja se le caía alguna lágrima.
-¡Ahora te vas a enterar! -dijo enfadado.
Cuando le arrancó una flor con la sierra, le arrancó también una rama, y al árbol le hizo mucho daño. De la tristeza, se sintió sin fuerzas para sostenerse, se inclinó hacia un lado, parecía que se iba a caer al suelo. Un anciano fue a dar un paseo, pero al ver el árbol, se detuvo enfrente de él y lo miró con una cara triste.
-¡Pobre arbolito, te estás quedando sin flores y sin ramas! -dijo angustiado - A partir de hoy vendré todas las tardes a regarte y te pondré un palo para intentar sostenerte.
Y así fue, todas las tardes, se acercaba a regarlo. El primer día trajo un palo, y le costó un poco colocarlo en la posición correcta para sostener al árbol. El anciano se daba cuenta de que seguía viniendo gente, y de que cada día tenía menos flores.
-¡Todo lo que hago no está sirviendo de nada, porque cada vez tienes menos flores y menos ramas! -dijo el anciano enfadado. - Yo ya no puedo hacer que vuelvas a encontrarte bien, porque cada vez me hago más mayor, y tengo menos fuerzas para ayudarte.
Entonces, al anciano se le ocurrió hablarle del árbol a su nieto, y le dijo que fuera a regar el árbol y a cuidarlo. A su nieto, le parecía una tontería hacer eso todos los días, porque no le importaba que el árbol se muriera o no.
-¡Vale abuelo, lo haré, pero cállate ya, que me estás aburriendo y tengo otras cosas que hacer! -dijo el nieto con mala cara.
Pero el nieto le mintió a su abuelo, le parecía que así desperdiciaba su tiempo y entonces decidió hacerle caso solo hasta que su abuelo muriera y le dejara en paz con esa tontería. El nieto sabía que a su abuelo le faltaba muy poco para morir. Cuando salió de casa a tomar el aire dijo:
-Cuando él muera dejaré de hacer esa chorrada, y así no tendré que escuchar al pesado de mi abuelo.
Después de una semana el abuelo se murió y el nieto dejó de hacer lo que le pidió su abuelo.
-¡Ya no te tendré que regar ni cuidar más el árbol! -dijo el nieto.
Entonces el árbol escuchó lo que dijo y se entristeció. El árbol cada vez estaba más cerca del suelo. Una mañana el árbol estaba en el suelo, sin hojas, sin ramas y sin flores. El nieto, como no sintió mucha pena por la muerte de su abuelo, pues por la del árbol tampoco. En cambio otras personas sí, y decidieron plantar un árbol cada una.
-¡Siento pena por el árbol, porque todos poco a poco le hemos estado arrancándole flores, y le hemos hecho daño!-dijo uno.
Entonces empezaron a plantar árboles, y ese lugar era más bonito que antes, casi parecía un bosque encantado. Ahora iba más gente, a ver los árboles, pero no para arrancarles las flores.
-Nos ha quedado más bonito de lo que me imaginaba. -dijo una niña pequeña.
La abuela, triste por la muerte de su marido y aunque había pasado algo de tiempo, le dijo a su nieto:
-Acompáñame a plantar un árbol con los demás. -dijo la abuela.
-¿No puedes ir tú sola allí?, yo estoy cansado. -dijo el nieto.
-¿Y te crees que yo no? -dijo la abuela mirando a su nieto con mala cara.
El nieto, no tuvo más remedio que acompañar a su abuela a ese lugar si no quería que se enfadara con él. Cuando llegaron allí, el nieto se dio cuenta de lo importante que eran los árboles para mucha gente. Entonces se animó, y plantó un árbol junto a su abuela.
-A partir de ahora intentaré ayudar un poco más a los árboles. -dijo el nieto.
-Así me gusta. -dijo la abuela sonriéndole.
Mucha gente se acercaba por allí, para contemplar la belleza de ese lugar. Había tanto colorido que era único en la zona. También algunos días, iban allí de picnic las familias, y al nieto se le ocurrió una idea:
-El bosque podría quedar mejor, si hubiera animales corriendo y viviendo por aquí mismo.
-¡Me parece una gran idea, pero eso habría que comunicárselo al alcalde! -dijo su abuela.
A la tarde siguiente, se acercaron los dos a su casa, tocaron a la puerta, y una persona muy amable los atendió y los llevó hasta donde se encontraba el alcalde.
-¡Buenas tardes señor alcalde!, nos gustaría que si le parece bien, por supuesto, se instalaran unos cuantos animales en el bosque, en ese sitio tan particular de nuestro pueblo. -dijo la abuela contenta.
-Pues no estaría mal. Saben que, mañana por la mañana, en el bosque nos ponemos a ello. –dijo el alcalde de buena gana.
La abuela y su nieto se fueron contentos a casa, esperando impacientes a que llegase el día siguiente. Al otro día…
-Vamos abuela, prepárate para ir al bosque.
Cuando ya estaban en el bosque, todo estaba ya lleno de animales: había conejos saltando, pajaritos, ciervos, mariposas, ardillas…
-¡Mira abuela qué conejo tan blanquito, éste es un lugar maravilloso! -dijo el nieto entusiasmado.
A ese árbol le gustaba que admirasen sus flores, pero no que se las arrancaran, aunque eso ya lo había aprendido el nieto, que hay que ayudar, cuidar y respetar a los árboles.