viernes, 24 de diciembre de 2010

EL ÁRBOL

                                     
En un lugar del bosque donde se encontraban árboles y pájaros cantando, crecía un árbol al que cuando llegaba la primavera le salían una flores bellísimas en sus ramas. Esas flores hacían que fuera el árbol más bonito de todos por sus colores. Estaba situado junto a un río, al que solía ir la gente para olvidarse de sus problemas. Como ese río lo conocía mucha gente, cuando veían el árbol, no dudaban en coger una flor.
Un día pasó por allí un niño y cogió unas cuantas flores.
-¡Qué flores tan bonitas! -dijo el niño - Voy a dárselas a mi mamá, seguro que se pone muy contenta.
El niño no se daba cuenta de que al árbol le estaba haciendo daño.
Ocurrió que un día pasó otro niño por ahí, fue a coger una flor, y el árbol al darse cuenta de que se le acercaba un niño, empezó a hacer mucha fuerza, para que no le arrancara ninguna flor. Como el niño no podía coger la flor dijo:
-¡Estúpido árbol! –dijo enfadado. - No me sirves para nada.
El niño empezó a pensar y decidió coger una sierra, para así poder llevarse la flor. Cuando trajo la sierra, el árbol se asustó y, de alguna hoja se le caía alguna lágrima.
-¡Ahora te vas a enterar! -dijo enfadado.
Cuando le arrancó una flor con la sierra, le arrancó también una rama, y al árbol le hizo mucho  daño. De la tristeza, se sintió sin fuerzas para sostenerse, se inclinó hacia un lado, parecía que se iba a caer al suelo. Un anciano fue a dar un paseo, pero al ver el árbol, se detuvo enfrente de él y lo miró con una cara triste.
-¡Pobre arbolito, te estás quedando sin flores y sin ramas! -dijo angustiado - A partir de hoy vendré todas las tardes a regarte y te pondré un palo para intentar sostenerte.
Y así fue, todas las tardes, se acercaba a regarlo. El primer día trajo un palo, y le costó un poco colocarlo en la posición correcta para sostener al árbol. El anciano se daba cuenta de que seguía viniendo gente, y de que cada día tenía menos flores.
-¡Todo lo que hago no está sirviendo de nada, porque cada vez tienes menos flores y menos ramas! -dijo el anciano enfadado. - Yo ya no puedo hacer que vuelvas a encontrarte bien, porque cada vez me hago más mayor, y tengo menos fuerzas para ayudarte.
Entonces, al anciano se le ocurrió hablarle del árbol a su nieto, y le dijo que fuera a regar el árbol y a cuidarlo. A su nieto, le parecía una tontería hacer eso todos los días, porque no le importaba que el árbol se muriera o no.
-¡Vale abuelo, lo haré, pero cállate ya, que me estás aburriendo y tengo otras cosas que hacer! -dijo el nieto con mala cara.
Pero el nieto le mintió a su abuelo, le parecía que así desperdiciaba su tiempo y entonces decidió hacerle caso solo hasta que su abuelo muriera y le dejara en paz con esa tontería. El nieto sabía que a su abuelo le faltaba muy poco para morir. Cuando salió de casa a tomar el aire dijo:
-Cuando él  muera dejaré de hacer esa chorrada, y así no tendré que escuchar al pesado de mi abuelo.
Después de una semana el abuelo se murió y el nieto dejó de hacer lo que le pidió su abuelo.
-¡Ya no te tendré que regar ni cuidar más el árbol! -dijo el nieto.
Entonces el árbol escuchó lo que dijo y se entristeció. El árbol cada vez estaba más cerca del suelo. Una mañana el árbol estaba en el suelo, sin hojas, sin ramas y sin flores. El nieto, como no sintió mucha pena por la muerte de su abuelo, pues por la del árbol tampoco. En cambio otras personas sí, y decidieron plantar un árbol cada una.
-¡Siento pena por el árbol, porque todos poco a poco le hemos estado arrancándole flores, y le hemos hecho daño!-dijo uno.
Entonces empezaron a plantar árboles,  y ese lugar era más bonito que antes, casi parecía un bosque encantado. Ahora iba más gente, a ver los árboles, pero no para arrancarles las flores.
-Nos ha quedado más bonito de lo que me imaginaba. -dijo una niña pequeña.
La abuela, triste por la muerte de su marido y aunque había pasado algo de tiempo, le dijo a su nieto:
-Acompáñame a plantar un árbol con los demás. -dijo la abuela.
-¿No puedes ir tú sola allí?, yo estoy cansado. -dijo el nieto.
-¿Y te crees que yo no? -dijo la abuela mirando a su nieto con mala cara.
El nieto, no tuvo más remedio que acompañar a su abuela a ese lugar si no quería que se enfadara con él. Cuando llegaron allí, el nieto se dio cuenta de lo importante que eran los árboles para mucha gente. Entonces se animó, y plantó un árbol junto a su abuela.
-A partir de ahora intentaré ayudar un poco más a los árboles. -dijo el nieto.
-Así me gusta. -dijo la abuela sonriéndole.
Mucha gente se acercaba por allí, para contemplar la belleza de ese lugar. Había tanto colorido que era único en la zona. También algunos días, iban allí de picnic las familias, y al nieto se le ocurrió una idea:
-El bosque podría quedar mejor, si hubiera animales corriendo y viviendo por aquí mismo.
-¡Me parece una gran idea, pero eso habría que comunicárselo al alcalde! -dijo su abuela.
A la tarde siguiente, se acercaron los dos a su casa, tocaron a la puerta, y una persona muy amable los atendió y los llevó hasta donde se encontraba el alcalde.
-¡Buenas tardes señor alcalde!, nos gustaría que si le parece bien, por supuesto, se instalaran  unos cuantos animales en el bosque, en ese sitio tan particular de nuestro pueblo. -dijo la abuela contenta.
-Pues no estaría mal. Saben que, mañana por la mañana, en el bosque nos ponemos a ello. –dijo el alcalde de buena gana.
La abuela y su nieto se fueron contentos a casa, esperando impacientes a que llegase el día siguiente. Al otro día…
-Vamos abuela, prepárate para ir al bosque.
Cuando ya estaban en el bosque, todo estaba ya lleno de animales: había conejos saltando, pajaritos, ciervos, mariposas, ardillas…
-¡Mira abuela qué conejo tan blanquito, éste es un lugar maravilloso! -dijo el nieto entusiasmado.
A ese árbol le gustaba que admirasen sus flores, pero no que se las arrancaran, aunque eso ya lo había aprendido el nieto, que hay que ayudar, cuidar y respetar a los árboles.

martes, 7 de diciembre de 2010

LO QUE DE VERDAD IMPORTA

                                 

Un día a una niña le pasó algo que creyó que nunca le podía pasar. Se llamaba Amelia y tenía 10 años. Vivía con su padre y su madre en un pueblecito no muy grande, Nublejos, donde todos los niños se reunían para jugar.
-Hola chicos, ¿qué  vamos hacer esta tarde? -dijo ella.
-Pues no sé, aunque hoy parece un buen día para ir al río a jugar con el agua, y coger pececitos. -dijo uno de los niños.
-Entonces nos vemos luego en el río. -dijo Amelia.
 Amelia le dijo a su madre lo que habían hablado ella y sus amigos,  y aunque a su madre no le gustó mucho la idea de que fueran al río, Amelia se marchó. Fueron todos los niños con sus botas de agua. Amelia llevaba en el dedo un anillo que le había regalado su madre en su último cumpleaños. Se metieron en el interior del río, el agua estaba un poco fría.
-¡Mirad qué pececito tan bonito he encontrado! -dijo Amelia. Voy a cogerlo.
Metió la mano, pero cuando sacó la mano del agua, el anillo había desaparecido. Empezó a buscarlo a lo largo del río, y como estaba tan triste, no se daba cuenta que cada vez se alejaba más de los demás. Siguió buscando un buen rato, y cuando se dio cuenta, se había perdido, no sabía en qué punto del río se encontraba. De repente, vio una serpiente de agua y se asustó.
-¡Qué miedo, hay una serpiente y es muy grande! -dijo asustada. Voy a intentar esquivarla y seguiré adelante.
Consiguió alejarse de la serpiente y suspiró aliviada.
-¡Me he perdido, y además también he perdido el anillo, y ahora qué hago! -dijo ella triste.
Amelia se echó a llorar, en ese momento necesitaba a sus padres. No sabía qué hacer y cada vez se encontraba más nerviosa porque, según iba avanzando,  el agua le cubría más, ya le llegaba casi a las rodillas. Como estaba rodeada de ramas, hojas…  intentó atravesar todo eso y se raspó un poco.
-¡Qué daño, ya me he raspado con una rama! -dijo Amelia llena de tristeza.
Cuando consiguió salir del río, se encontraba en la carretera, estaba muy cansada, pero vio a lo lejos una casa pequeña, vieja, que estaba al otro lado de la carretera.
-Voy a ver si me pueden ayudar y darme un poco de agua, porque estoy sedienta. -dijo Amelia cansada- Pero antes de ir voy a ver si pasa algún coche.
Mientras tanto en su pueblo ocurría esto:
-¿Dónde está Amelia?, no la veo por ninguna parte. -dijo un amigo de Amelia-. Vamos a buscarla.
-¡Amelia,  Amelia,  Amelia! ¿Dónde estás? -dijeron todos sus amigos a la vez.
Como no la encontraban, tristes, fueron a su casa a avisar a sus padres para que estuvieran al tanto de lo que había ocurrido. Se lo explicaron todo lo que había pasado, pero los padres no se lo tomaron muy bien y empezaron a buscarla, si no aparecía llamarían a la policía.
 Mientras Amelia, que ya había llegado a la casita, tocó a la puerta y le atendieron dos personas mayores.
-¡Hola!, me he perdido y necesito que me ayuden. -dijo Amelia.
Esas personas la atendieron muy amablemente, y le dieron algo de beber. Amelia  preguntó:
-¿Cuánto falta para llegar a Nublejos? -dijo ella.
-Siguiendo esta carretera llegarás,  faltará como un kilómetro. -dijeron ellos.
Amelia muy contenta les dio las gracias por la ayuda que le habían ofrecido y se fue corriendo, tenía un poco de miedo porque se estaba haciendo muy tarde. Estaba asustada y preocupada por su familia. Más adelante, se encontró un pajarito herido en medio de la carretera, tenía las alas aplastadas y no podía volar.
-¡Pobre pajarito!, seguro que lo habrá atropellado algún coche. -dijo Amelia-. Lo voy a coger y cuando llegue a casa lo cuidaré hasta que se recupere.
Tenía las plumas de color blanco y negro muy bonitas, la lástima era que estaba herida. En cuanto empezó a ver el pueblo, se alegró mucho. Fue hacia su casa pero vio que se encontraban todos en la plaza del pueblo. Al ver a sus padres se acercó a ellos, dejó el pajarito en el suelo, y les dio un abrazo tan fuerte que parecía que hacía un siglo que no los hubiera visto. Recogió el pajarito y les fue contando a sus padres y a sus amigos todo lo que a ella le había pasado, desde el principio hasta el final.
-¡Menos mal que estás bien!, da igual que se haya perdido el anillo, tú eres lo que de verdad importa. -dijo la madre. Eso sí, ahora hay que curar al pajarito, pero no me vuelvas a dar otro susto así.
Ya había pasado todo, ahora se encontraba en Nublejos con los demás. Amelia fue muy valiente. Pero quién sabe lo que hubiera podido ocurrir.
-Vamos a olvidar todo esto que ha pasado y vamos a jugar, que el día sigue. -dijo un amigo de Amelia.
Cuando llegó la hora de cenar, Amelia se fue a su casa cansada, y se lavó muy bien las manos con jabón, porque las tenía muy sucias de estar por el río jugando.
-¿Qué hay de cenar mamá? -dijo Amelia hambrienta.
-Sopa muy calentita, y después un vaso de leche con cereales. -dijo la madre.
Amelia empezó a cenar, olvidándose de todo lo malo que le había pasado ese día. Cuando acabó, le dio un beso a su madre, y aunque no tenía muchas ganas, se dio una ducha antes de irse a la cama, porque el día había sido agotador.
-Tienes la toalla encima de la silla, y si tienes frío avísame que te pondré la estufa -dijo la madre en voz alta.
-Vale mamá, pero deja de chillar que nos van a oír los vecinos. -le contestó Amelia.
Cuando acabó, subió a su cuarto, y se puso el pijama. Sus padres ya estaban en la cama porque no había sido un día muy agradable al enterarse de que su hija había desaparecido. Amelia cerró los ojos y dijo en voz baja:
- Otra vez, tendré más cuidado. -dijo Amelia casi dormida.
Cuando se hizo de día y se despertó, Amelia se dio cuenta de que el pajarito no se movía. Había muerto por la noche. Amelia se puso a llorar.
-¿Qué te pasa cariño? -dijeron sus padres.
-El pajarito se ha muerto. -dijo ella triste.
-Lo siento mucho cariño, pero tendrás que sacarlo fuera. -dijo su padre.
-Está bien papá, pero lo quiero enterrar en el jardín, para recordar siempre mi aventura. -dijo Amelia.
Los padres le contestaron que sí. Lo cogió, y con sus manos empezó a escarbar, lo enterró llena de tristeza, diciendo:
-Adiós pajarito, no te olvidaré. -dijo Amelia.
-Ve a lavarte la cara Amelia, que la tienes llena de lágrimas, y así no es que estés muy guapa. -dijo su madre.
Amelia se fue a lavar la cara. Intentó no recordar lo que le había pasado al pajarito, y decidió quedarse en casa a ver la televisión para entretenerse un rato.
Llegaron sus amigos para que saliera a jugar con ellos, pero decidió quedarse en casa a ver la televisión porque todavía sentía mucha tristeza por su pajarito. Sus amigos, se marcharon a jugar sin Amelia. Ella al ver que los había dejado solos, cambió de opinión, cogió la chaqueta, y se fue corriendo a alcanzarlos.
Cuando regresó de nuevo a casa, su madre le tenía preparada una sorpresa. En una tarjeta ponía “tú eres lo que de verdad me importa”, y dentro ya pudo imaginar lo que había: un anillo como el que se le había perdido, y que pensaba que tanto iba a disgustar a su madre.

jueves, 25 de noviembre de 2010

ALGO DIFÍCIL DE LOGRAR

                                              
                                          

Celia era una chica que iba al instituto,  tenía 13 años y no le gustaba mucho estudiar, (como a la mayoría de los niños). Hoy tenía clase de francés con la profesora, Mónica, aunque todos la llamaban Moni. Celia no había hecho los deberes, cuando sonó el timbre entraron a clase y la profesora preguntó:
-¿Alguien no ha hecho los deberes?
-Yo no los he hecho. -dijo Celia-
La profesora, aunque no le gustaba mucho hacer eso, no tuvo más remedio que ponerle un parte, pues la mayoría de los días no traía los deberes hechos. Celia no quería que su madre se enterase de que le habían puesto un parte. Mónica le dijo, enfadada, a Celia:
-Otra vez intenta traer los deberes hechos, porque si no te pondré otro parte.
La profesora, muy exigente, pidió que se estudiaran muy bien el tema. Era su manera de decir que iban a tener examen. Al acabar la clase, un poco antes de lo habitual, todos se fueron a casa. Celia al entrar en casa, intentó no hacer demasiado ruido para que sus padres,  no se enteraran de que había llegado. Su hermano pequeño Carlos estaba aún en el colegio porque los peques salían un poco más tarde de clase.
-¡Hola Celia!, hoy has venido unos minutos antes.-dijo la madre, feliz de ver a su hija-
-Sí, es que hoy nos han dejado salir antes para estudiar el examen de mañana.-dijo Celia, disimulando que no había pasado nada-
Celia subió a su cuarto y escondió el parte debajo de la cama, antes de que lo vieran sus padres. A ella no le apetecía para nada estudiar, pero ella sabía que no podía suspender otro examen, porque no solía sacar buenas notas. Abrió el libro y se puso a estudiar.
-¡No aguanto más!, no llevo ni dos minutos y no he entendido nada de lo que acabo de leer. -dijo Celia enfadada-
De repente, suenan tres golpes en la puerta, eran sus padres.
-Celia, como vemos que estás tan concentrada en los estudios esta tarde, para que veas lo mucho que te queremos, te hemos comprado este móvil. Lo guardábamos para otra ocasión más especial, pero me parece que ésta es una de ellas.-dijo la madre-.
Muchas gracias, pero creo que no me lo merezco. No os he dicho que me han puesto un parte porque llevaba varios días seguidos sin hacer los deberes.-dijo Celia-
Los padres, al escuchar lo que les dijo Celia, decidieron guardar de nuevo el regalo.
Llegó a casa su hermanito menor Carlos, venía muy cansado, y los padres fueron a hacerle un bocadillo, porque tenía mucha hambre.
Celia, al ver lo enfadados que estaban sus padres, dijo:
-Me voy a sentar en la silla y no me voy a mover de ella hasta que tenga todo claro en la cabeza. -dijo muy convencida.
Se pasó mucho rato sentada en la silla. Al final, parecía que lo que dijo lo iba a hacer de verdad, porque ya llevaba dos horas sin levantarse del asiento.
Los padres abrieron, sin hacer mucho ruido, la puerta y se asomaron, vieron que estaba sentada, estudiando.
Cuando Celia no podía más, fue a cenar y se echó a la cama. Enseguida se durmió y sus padres entraron, le dejaron el móvil en el escritorio y le escribieron una nota que decía:
“Muy bien Celia, al final has estudiado y has hecho lo que has podido, por eso te damos este móvil, ya te explicaremos algunas cosas, pero mañana no te lo lleves al cole. Con cariño tus padres”.
Le dieron los dos un beso en la mejilla y se fueron a dormir.
Por la mañana, al despertar, vio que había una nota en su escritorio al lado del móvil que no le quisieron dar sus padres. Celia leyó lo que ponía y dijo en alto:
-Gracias papás, sois los mejores.
Celia, muy nerviosa por el examen, se despidió de sus padres y por el camino le fue dando pistas a su hermano sobre el regalo que le habían dado sus padres.
-Es pequeño y muy bonito, sirve para muchas cosas, una de ellas es comunicarse con los demás. -dijo Celia contenta-
-Ya sé, es un móvil. -dijo Carlos-
-Muy bien,  has acertado. -dijo Celia contenta-
Se despidieron, y cada uno se fue a su clase. Celia muy nerviosa se sentó en su silla.
-No quiero ver nada en la mesa, sólo lápiz y goma. -dijo la profesora Moni-
Al dar los exámenes, Celia, muy nerviosa, cogió el lápiz y empezó a contestar. Algunas cosas se las sabía, otras no. Al final no resultó tan difícil como ella pensaba. Acabó el examen y la profesora los corrigió. Los repartió de nuevo y cada uno vio su nota. Celia había aprobado con un 6,5 y la profesora le felicitó. Al acabar las clases se fue a su casa corriendo y dijo, orgullosa:
-¡Papá, mamá! He aprobado el examen.
-Muy bien, sabía que si te esforzabas lo conseguirías. Y si se suspende, se vuelve a intentar de nuevo. -dijo la madre- Te voy a dar un consejo, si tú deseas algo de verdad, nunca te rindas y lo lograrás.
Celia le dio un abrazo a su madre y después fue a decir a su padre que había aprobado. Más tarde le enseñaron cómo se utilizaba el móvil y le dijeron que lo usara para llamar a sus amigas y a sus padres, y no sólo por si se aburría o por cualquier chorrada, porque después los papás tenían que pagar las llamadas. Los padres creían a Celia lo bastante mayor como para dejar un móvil en sus manos.
Celia había aprendido, que si te esfuerzas, y no lo consigues, vuelve a intentarlo y al final podrás.
Superando los obstáculos llegarás finalmente a tu objetivo. Nunca pierdas la esperanza.

lunes, 15 de noviembre de 2010

LUCÍA, ¡VAYA DÍAS!

                            
                              


En una casa, muy pequeñita, situada en medio del campo, vivían cuatro personas: la niña se llamaba Lucía y tenía nueve años; su hermano Carlos, tenía seis años, y sus padres que tendrían unos cuarenta años.
Una mañana, como tantas otras, Carlos y Lucía, empezaron a discutir. La madre y el padre, estaban cansados de que siempre estuvieran peleándose, día tras día.
-Me has quitado mi dinosaurio, antes lo tenía en mi cuarto y ahora ya no está.-dijo Carlos enfadado-
-Yo no te he cogido nada, que no sepas donde está  no significa que yo te lo haya cogido.-le contestó Lucia-
La madre al escuchar tanto alboroto los mandó a cada uno a su cuarto y les dijo que después hablarían.
De repente sonó el timbre. La madre abrió la puerta y vio que eran los vecinos enfadados.
-¡Todos los días igual!, siempre están armando jaleo. Tiene que intentar que no se produzca tanto jaleo, no se puede dormir la siesta tranquila.-dijo la vecina enfadada-
-Lo siento mucho; cuando los dos se pelean, empiezan a armar este escándalo. Intentaré que no vuelva a ocurrir, adiós. -dijo la madre avergonzada-
La madre llamó a los dos al salón, y les dijo que por qué se habían peleado esta vez.
-Esta mañana cuando me desperté no estaba el dinosaurio que me regalaron los Reyes Magos.-dijo Carlos-
La madre le pregunto a Lucía si se lo había cogido, y le dijo que le contara la verdad.
-Yo le he estado diciendo todo el rato que no se lo había cogido, lo único es que no me cree.
La mamá le dijo a Carlos que cuando fue la última vez que lo tuvo, pero él no se acordaba.
-¡Si no lo has sacado de casa, tranquilo que estará por alguna parte!-dijo la madre-
El padre volvía de trabajar.
-¡Ya he vuelto!-dijo el padre-Voy a echarme a la cama un rato que estoy un poco cansado.
Al echarse en la cama notó algo duro, era el dinosaurio de Carlos.
-¡Carlos, ven aquí!-dijo el padre cansado-¡Qué hace esto aquí!
Carlos al verlo se alegró mucho y se lo fue a contar a su madre y a su hermana Lucía.
-¡He encontrado el dinosaurio, ahora me acuerdo!-dijo Carlos- Esta noche, no me podía dormir y me metí en vuestra cama, me llevé el dinosaurio, y me lo dejé allí.-dijo Carlos-
Carlos al ver que su hermana tenía razón le pidió disculpas, y le dijo que otra vez le creería. Pasó el tiempo. Ya ocurrían menos peleas. Ahora los vecinos venían menos, y se iban cada vez más contentos.
Los padres decidieron que si se portaban bien cada dos semanas los llevarían al cine, al parque, o a algún otro sitio que les gustase a ellos.
Un día los llevaron al circo, empezaba a las ocho y acababa a las diez:
-Mira qué elefante tan grande, dicen que ellos son muy listos, que si les dices alguna cosa no se les olvida.-decía Lucía-
Al acabar el espectáculo, Lucía se acercó al elefante, estaba en una jaula, y le dijo en voz baja:
-Seguro que a ti te gustaría estar con tu familia.-dijo Lucía-
Ella miró al cielo y de repente, a la vez que decía eso pasó una estrella fugaz, y sintió como que lo que decía se le cumpliría.
Al día siguiente se acercó por allí y preguntó por el elefante. Le dijeron que se lo habían llevado al lugar donde lo cogieron, ahora estaba con su familia.
-Gracias por la información, adiós.-dijo la niña- La estrella fugaz que pasó por allí me dio suerte.
La niña muy contenta volvió a su casa. Y le contó a su madre lo que pasó con el elefante y la estrella fugaz.
-¿Ves, hija mía?, en la vida todo está relacionado, o quizás sólo sea una hermosa casualidad. De cualquier modo, el elefante está libre y vuestro buen comportamiento es maravilloso. - le dijo su madre.
-¿Entonces si me porto bien todos los días, me llevarás a más sitios que me gusten?-dijo Lucía-
-Sólo si te portas bien. -dijo la madre-
Ya pasó el fin de semana y había que volver al colegio. Este curso, había una compañera nueva, y Lucía se acercó a ella para hablar y conocerla mejor.
-Hola, me llamo Lucía, tengo un hermano menor en el cole. ¿Cómo te llamas tú? -dijo Lucía-
-Me llamo Miranda, y también tengo un hermanito, tiene un año, ya sabe andar pero como es tan listo hace como que no sabe y así lo tienen que coger en brazos.-dijo sonriendo-
Cuando sonó el timbre entraron a clase, tenían un examen de matemáticas, y Lucía había estado estudiando toda la noche. Estaban todos muy nerviosos. Al dar los exámenes Miranda, no se sabía una pregunta y dijo en bajo:
-¿Cuál es la respuesta de la tercera pregunta?-le dijo a Lucía-
-No podemos hacer eso. -dijo Lucia-
Lucía le escribió en un papelito la respuesta y se la pasó por el suelo. La profesora se levantó y cogió la nota, y muy decepcionada dijo:
-Ya habéis acabado el examen, un cero a las dos.-dijo la profe-
Miranda le dijo a la profesora que si podían repetir el examen, por lo menos Lucía porque no era culpa de ella.
-No le eche la bronca a Lucía, ella no ha hecho nada, yo le había dicho en voz baja si me decía la respuesta de la tercera pregunta.-dijo Miranda triste-
La profesora hizo caso a Miranda, le dejo repetir el examen sólo a Lucía, pero no estaba muy contenta, porque Lucía le había dicho la respuesta sabiendo que no se podía hacer eso.
Cuando acabó la clase se quedó con Lucía y Miranda y les dijo:
-Que no se vuelva a repetir, lo que me ha gustado de todo esto es que no me habéis mentido y me habéis dicho la verdad, por eso no os castigo. -dijo la profesora-
Salieron de clase y cada una se fue a su casa, al llegar las dos le contaron a sus padres lo ocurrido en clase.
Era de noche y Lucía estaba cansada, se fue a la cama y le pidió a su padre que le leyese un cuento.
-En un país muy lejano había un pueblo en el que pasaba de todo…-dijo el padre cansado-
La niña ya se había dormido y el papá y la mamá le dieron un beso en la mejilla y se fueron a dormir.
Lucía aprendió que no debía discutir con su hermano por cosas absurdas. Portarse bien tenía su recompensa. La profesora en el cole,  por ser sinceras, a pesar de la mala acción,  no las castigó. Y hasta el elefante acabó contento, volviendo a su casa gracias al deseo de la estrella fugaz.




jueves, 28 de octubre de 2010

SISTAL



Clara iba todos los veranos a su pueblo Sistal. A ella le gustaba mucho ir para ver a su abuelo y a sus amigos que se encontraban allí. Era alta, tenía  doce años y le gustaba mucho el campo, la naturaleza. Cuando llegaba la hora de marcharse,  siempre pensaba en lo divertido que sería vivir allí todo el año, aunque se paró a pensar en las cosas buenas y malas que esto podría suponer: echaría de menos a sus amigos, a sus profesores, a sus otros familiares que no vivían allí, los sitios en los que jugaba, sus juguetes…
A ella le encantaría quedarse para siempre, pero no podía renunciar a todo lo que dejaba. Se podía llevar sus juguetes pero no el colegio; a sus amigos tampoco. Clara no sabía qué hacer y decidió preguntárselo a su padre.
-Papá, he pensado que podía quedarme a vivir aquí contigo y con mamá; pero por otra parte en casa tengo todo. -dijo la niña-
-No podemos, allí tenemos tu madre y yo nuestro trabajo y si lo dejáramos, sería muy difícil encontrar otro, y más en un pueblo que no es grande.-dijo el padre-
Clara se imaginó que ya vivía allí y se daba cuenta de que en dos o tres meses querría volver a su casa. Le dijo a su padre:
-Papá, si nos vamos,  promete que volveremos más a menudo a visitar el pueblo -dijo la niña-
-Está bien, lo intentaremos,  pero eso no significa que cada veinte días volveremos, no; vendremos en días de fiesta y algún fin de semana.-dijo el padre-
A Sistal, el lejano y bonito  pueblo de Clara, llegó un día un niño de otro lugar, su nombre era Nicolás. Parecía muy tímido y él no quería quedarse de vacaciones en ese pueblo porque no conocía a nadie. Clara se acercó a él y le dijo:
-Si quieres puedes venir con nosotros a jugar; cuantos más niños, mejor.
Decidieron irse de excursión, y se fueron todos juntos a lo alto de una peña. Se lo pasaron muy bien pero se hacía tarde y algunos padres subieron a buscarlos. El padre de Nicolás iba con chancletas, y al bajar se resbaló y se dio un buen trompazo en el culo con una piedra. Los dos, Clara y Nicolás, se rieron un poco, pero sin que se dieran cuenta sus padres.
-¿Cómo se os ocurrió subir a esa hora?- dijo el padre de Nicolás muy enfadado.
-Es que cuando subimos era pronto, pero al final se oscureció.-dijo Clara.-
Nicolás dijo que quería volver otro año allí, porque lo pasaron genial todos los días que estuvo en el pueblo.
A Clara le gustaba bastante Nicolás, pero lo supo cuando se marchó. ¡Suele ocurrir!
Ya en casa, Clara echaba un poco de menos a Nicolás, pero sabía que lo iba a volver a ver el próximo verano.
El verano llegó, hicieron muchas cosas y además Nicolás había llegado antes para estar más días en el pueblo. Ese verano Nicolás se hizo otra nueva amiga, pero no se lo quería contar a Clara porque seguro que no le haría ninguna gracia.
Nicolás le tenía preparado a Clara un regalo, le había comprado un diario para que pusiera las fotos que ella quisiera. Llena de alegría, Clara le propuso:
-Nos podemos ir a un río que conozco, está un poco escondido, en un sitio precioso. Podríamos colocar unas piedras para pasar al otro lado, porque el río no es muy grande.-dijo Clara-
Cuando llegaron allí, cada uno cogió una piedra.
-¡Pesan mucho estas piedras!, ¿me puedes ayudar Clara?-dijo Nicolás-
Entre los dos las cogieron y al final pudieron con todas. Los dos pasaron por encima de ellas. Y a partir de entonces todos los días iban los dos al río, y pasaban al otro lado, les gustaba saltar de piedra en piedra. Ahora ese sitio era su secreto.
Nicolás, un día no lo pudo evitar y se lo dijo a su otra nueva amiga, Raquel, que casualmente o no, era la chica más guapa de Sistal.
-Este lugar no se lo tienes que decir a nadie. -dijo Nicolás-
-No se lo contaré a nadie -dijo Raquel-
Raquel no hizo caso a Nicolás, y precisamente se lo fue a contar a Clara.
-¡Clara!, ya verás que sitio tan bonito me han enseñado, es un río y se puede pasar al otro lado saltando por encima de las piedras.
Clara al escuchar lo que Raquel le estaba diciendo, se enfadó mucho y sin decirle nada se marchó a buscar a Nicolás. Cuando lo vio se acercó a él y le dijo que no había cumplido con su promesa.
-Nunca más vamos a tener otro secreto -dijo Clara-
Nicolás sabía que la culpa no era de Raquel, sino de él por habérselo dicho.
-Perdón por no guardar nuestro secreto, pero es que era tan bonito este lugar que quería que lo supiera alguien más.
Clara le dijo:
-Me has dado una idea con lo que nos ha pasado, como este lugar es tan bonito, estaría bien que lo supiera más gente.-dijo Clara- Pero si vuelves a contar otro de nuestros secretos no te volveré a hablar
-Si no nos hubiéramos enfadado, este maravilloso sitio no lo podríamos compartir con nadie. -dijo Nicolás- 
Entonces, se lo dijeron a un montón de amigos y muchos días iban allí a pasar sus aventuras. Desde entonces ese lugar es el más encantador del pueblo y todos los que lo visitan no se marchan sin conocer “el singular puente sobre el río de Sistal” 

viernes, 8 de octubre de 2010

LA ILUSIÓN DE MICKEY MOUSE



Una niña morena de pelo corto, muy simpática, llamada Leticia, pensaba donde irse de vacaciones, y se le ocurrió un sitio:

-¡Mamá, mamá!- dijo la niña -nos podemos ir de vacaciones a París, y visitar EuroDisney.

-¡Qué buena idea, hija! Ve haciendo las maletas que, sino, se nos hará tarde -dijo la madre.

-Mamá, ya he terminado -dijo la niña al rato.

-Pues entonces ya podré poner las maletas en el coche -dijo la madre.

La niña estaba muy nerviosa, no paraba de pensar en lo bien que lo pasaría allí y en ver a Mickey Mouse.

Cuando llegaron se instalaron en un hotel, y como estaban tan cansadas del viaje decidieron esperar hasta mañana. Cuando se hizo de día la niña le dijo a la madre:

-¡Mamá, mamá! ¿Cuántos días estaremos aquí?

Después de hablar un rato sobre lo que harían, decidieron irse a ver a Mickey Mouse. Cuando llegaron allí, la niña lo buscaba por todas partes y cuando lo vio le dijo:

-¡Hola Mickey!, tenía ganas de verte y conocerte en persona.

Mickey Mouse se fue y la niña le siguió, se quedó mirando lo que hacía y vio que se estaba quitando la cabeza de su disfraz. La niña al ver que no era real, se pegó un disgusto muy grande y se puso a llorar corriendo hacia su madre.

-¿Qué te ha ocurrido cariño?

-Mickey Mouse no es real.

-Pues claro que no lo es, sólo es un dibujo animado para que los niños se diviertan con él y sean felices, como tú hacías antes. Aunque no sea real, no pasa nada, en tu interior habrá un cariño hacia él, y yo disfrutaré viéndote feliz. Cuando seas mayor me comprenderás.
Al llegar de nuevo al hotel, la niña comprendió que no pasaba nada, porque era una ilusión para los niños, además algún día tenía que descubrirlo. La niña se paró a pensar que puede que tampoco fuera real el Ratoncito Pérez. La niña sabía que la respuesta sería la misma que con Mickey Mouse.

-Mamá, hoy me lo he pasado muy bien y no quiero malgastar estos dos días que nos faltan. Podríamos comprarnos alguna cosa de recuerdo, ¿no, mamá?

-¡Buena idea!

Al día siguiente visitaron la hermosa ciudad de París, tiendas, museos, monumentos,… y se hicieron muchas fotos. Se compraron un colgante de la Torre Eiffel.

-Mamá, ya se hace tarde, deberíamos irnos a dormir.

-Tienes razón hija.

Al día siguiente les daba pena irse, pero sí que tenían ganas de volver a casa y ver a su papi. Cuando hicieron las maletas dijeron:

-Al año que viene más.

Al día siguiente, después de desayunar se fueron al pueblo y allí,  se sentían todos juntos unidos y felices.

Mickey Mouse, en su corazón, seguía siendo el mismo, a pesar de su gran descubrimiento.

jueves, 30 de septiembre de 2010

EN MEDIO DE LA CALLE



En medio de la calle estaba un niño sentado en el suelo, y un buen día pasó por allí un señor, se paró enfrente de él y le dio tres euros. Para el niño eso era mucho dinero y se lo agradeció muy alegremente. Al señor empezó a caerle bien, le trajo una garrafa de agua, y el niño le contestó:
-Muchas gracias por el agua, ahora podré lavarme las manos y podré compartirla con mis otros amigos que podrán lavarse y beber. -le dijo el niño-
Más tarde el señor le trajo unas mantas y unos abrigos.
-Muchas gracias, ahora podré taparme y así no pasaré tanto frío. -le dijo el niño- Mis amigos podrán vestir mejor.
Al final le trajo un poco de comida y un peluche.
-Muchas gracias por la comida, ahora no tendré tanta hambre y con el peluche podré entretenerme y sentirme a gusto. -le dijo el niño- cuando juegue con los niños de mi barrio.
Al final se encariñó con él y se lo quiso llevar a su casa. El señor lo cogió, y se fueron cantando una canción,; el niño ya tenía un hogar donde vivir. Cuando llegaron a su casa le dijo el señor:
-¿Qué te ocurrió para que estés solo en medio de la calle?
-A mi madre la despidieron de su trabajo, y al cabo de unos cuantos días, se murió mi papá y mi mamá se quedó muy deprimida, no se levanta de la cama. -le dijo el niño-
-Ahora ya tienes un hogar y te sentirás a gusto en mi casa -le dijo el señor- Vamos a buscar a tu madre para cuidarla aquí, con nosotros.
Por la noche, ya los tres juntos, se sentían cómodos. El niño le dijo que todos los días podría ayudar a los niños necesitados. Al señor le pareció una buena idea, él quería mucho a los niños.
-Vamos, es hora de irse a la cama que hoy ha sido un largo día y hay que dormir para poder descansar. Eres un niño muy afortunado
El niño le sonrió y le dijo:
-Si todas las personas fueran como tú, el mundo sería muy bonito. -dijo el niño-
Al día siguiente, fueron a un orfanato y les llevaron juguetes a los niños y pasaron la tarde con ellos.
- Es muy bonito lo que acabamos de hacer.