sábado, 5 de febrero de 2011

UN ENCUENTRO INESPERADO

                               

Unas ardillitas estaban en un árbol subidas, vivían en él; pero un día tuvieron que abandonarlo porque vieron que se dirigían hacia ellas unos leñadores para cortar el árbol; los leñadores estaban cortando todos los árboles de la zona.
-¿Qué vamos a hacer ahora? -dijo una ardilla.
-Pues supongo que tendremos que buscar otro árbol, que se encuentre lejos de esos leñadores.  -dijo la otra.
Se adentraron más hacia el bosque, estaban en la época de invierno, y si no encontraban pronto un lugar para protegerse del frío, se congelarían y se morirían de hambre.
Más adelante, vieron un lago muy grande, casi congelado, y no querían arriesgarse a pasar por encima. Subieron a un árbol para ver donde se encontraba el otro extremo del lago y poder ir por tierra; pero al mirar se dieron cuenta de que había una cueva de lobos, y cambiaron de idea.
-Tendremos que pasar por encima, con cuidado de que no se rompa el hielo -dijo una.
-Sí, porque si no nos hundiremos; además, no sabemos nadar -dijo la otra.
Las ardillas pusieron un pie, y otro, y otro, y así poco a poco. De repente, un lobo salió de la cueva, las observó y se acercó. Como él desde atrás veía que el hielo estaba a punto de romperse, las ayudó. Fue corriendo hacia ellas, las cogió con la boca, con cuidado de no hacerles daño, pegó un brinco, y las llevó a la orilla. De pronto, se rompió la laguna por el peso del lobo.
-¡Gracias por habernos ayudado! -dijeron las ardillitas.
-¿Por qué no habéis ido andando? -dijo el lobo.
-Es que pensábamos que nos podríais comer, o hacernos daño. -dijo una ardilla, temerosa.
-¡Qué va!, nosotros no haríamos eso. Bueno, por lo menos yo -dijo el lobo – Bueno, ¡que tengáis un buen día!
Las ardillitas siguieron su camino, buscando y mirando un árbol que les pudiera proteger del frío. Después de un tiempo, vieron que muchos pajaritos volaban con mucha prisa y todos asustados. Escucharon un ruido de escopeta, y entonces las ardillas también se pusieron a correr. Iban de un lado a otro, esquivando los árboles, nerviosas.
-¡Vamos a ese árbol para escondernos mientras tanto! -dijo una.
-¡Vamos! -dijo la otra.
Subieron a lo alto del árbol y por un agujerito veían todo lo que ocurría: dos pajaritos cayeron al suelo a gran velocidad. Lo que no podían entender las ardillas, era por qué ese cazador mataba a los pájaros y no los recogía.
Más tarde, cuando el cazador ya se había ido, bajaron del árbol y se acercaron a los pájaros, para ver si alguno estaba vivo y poder ayudarle, pero todos estaban muertos.
-¡Malvado cazador!, ¡qué forma de entretenerse!  -dijo una ardilla triste.
-¡Si pudiéramos hacer algo! -dijo la otra.
Las ardillas, muy apenadas siguieron su camino. Después de mucho andar, vieron un lugar que estaba  bien, sin ruidos de escopetas, sin leñadores, sin animales peligrosos, y con grandes y fuertes árboles. Subieron a uno y estaban bastante bien. Se encontraron con más ardillitas que les ofrecieron algo para comer. Era un lugar en el que se podría vivir tranquila.
-Después de tanto andar, al final ha valido la pena, aunque hayamos tenido que pasar muchas cosas malas -dijo una ardillita, aliviada.
-Pues la verdad es que sí -dijo la otra.
Pasado todo el invierno, llegó la primavera. Lo que más les gustaba era la estación del otoño. La primavera también les gustaba, pero no tanto como el otoño.
-¿Salimos fuera a dar un paseo? -dijo una ardillita.
-Vale, pero no muy lejos, porque podemos perdernos -dijo la otra.
Al salir, se encontraron con un búho muy simpático que les enseñó un poco la zona: por dónde se podía ir, por dónde era peligroso, dónde estaban los sitios más divertidos... 
Se hacía de noche, y el búho les dejó pasar la noche allí con él, para que no se perdieran. Al amanecer, le dijeron las ardillas:
-Gracias por habernos dejado pasar la noche aquí. De otro modo, seguramente ahora estaríamos perdidas por el bosque. -dijo una de ellas.
-¡Oh, no hay de qué, yo solo os quise ayudar!, sois mis amigas, ¿no? -dijo el búho sonriendo.
Las ardillas se marcharon a casa, contentas por haber estado con el búho. Si estaban tristes, ya sabían a quién acudir, porque siempre les haría levantar el ánimo.
Llegó el verano y se iban muchos días a un charco de agua a bañarse, porque como no cubría se lo pasaban bien. Lo bueno era que la siguiente estación que venía era el otoño, y tenían muchas ganas de que llegase ya.
-¿Vamos a llamar a Búho para que se venga con nosotras al charco de agua? -dijo una ardilla.
-¡Vale, nos lo vamos a pasar genial! -dijo la otra.
Fueron a llamar a Búho y se marcharon los tres juntos. Se lo pasaron genial, salpicándose con el agua, riendo los tres juntos... Era un día muy divertido para todos.
-Otro día volvemos, ¿vale? -dijo el Búho.
-Claro que sí. -dijeron las ardillas.
Se fueron cada uno a su casa, pensando en lo bien que se lo habían pasado.
- Búho es muy bueno. -dijo una de las ardillas.
Al día siguiente quisieron repetir, y así todos los días, hasta que llegó el otoño.
Esa era la mejor época, cuando las ardillas salían a jugar con las hojas que se habían caído de los árboles, comían almendras, avellanas, y así todos los días.
Y vuelta a empezar desde el principio, el invierno.
Pero todo fue muy distinto, ese invierno encontraron cerca del lago a otra ardilla despistada y la llevaron a su casa. Una de ellas se enamoró de la recién llegada.
Búho se pasaba las noches sin dormir y era el vigilante del bosque. Esa noche pudo darse cuenta de que algo estaba a punto de suceder. Todo era diferente, hasta el aire parecía sentirlo especial.
De repente la atmósfera se nubló, aunque se podía ver cómo un angelito con su arco dirigía su flecha hacia la casa donde descansaban las ardillas. ¡HABÍA NACIDO EL AMOR!
Pronto en ese bosque celebraron la unión de esa parejita de ardillas. Búho fue el padrino  y desde entonces todas las noches espera de nuevo la visita del angelito arquero para que en ese bosque reine el amor y la felicidad entre todos los animalitos.

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