Lisa era una chica alta, delgada, con el pelo largo, y siempre llevaba tacones. Se mudaba a otro barrio, porque en su casa no había ascensor y, como vivía en el penúltimo piso, no le gustaba tener que subir todas las escaleras nada más llegar de la calle.
Iba con una maleta en cada mano y un bolso colgado en el hombro. Tenía cara de cansancio del peso que llevaba. Por el camino se encontró un décimo de lotería en el suelo. Se paró, dejó las cosas en el suelo y lo cogió. Se lo guardó en el bolsillo del abrigo para no perderlo.
Más adelante, ya veía el edificio donde iba a vivir. Estaba allí la agente comercial que el otro día le había enseñado la casa para ver si le gustaba.
-¡Hola! -dijo Lisa- Ya llegué. Después de tanto buscar una casa apropiada para mí, ya me he decidido.
-Me alegro mucho que ya la haya encontrado -dijo la agente contenta.
Le dio algo de dinero, entró a su nueva casa y se despidió de la agente. Empezó a colocar su equipaje: la ropa al armario, los cuadros en la pared, la comida a la nevera…
Cuando ya estaba todo en su sitio, salió fuera a dar un paseo para que le diera el aire. Cogió su abrigo y la bufanda.
Como estaba soltera, se aburría la mayor parte del día sola. Pero un día se planteó tener un marido, aunque para ella eso le iba a ser muy complicado, pues no era tarea fácil. Al pasear vio a una pobre señora, que estaba en medio de la calle pidiendo que le diesen algo. Lisa, pensó en darle el décimo a la señora, lo necesitaba más que ella.
Cuando dio una vuelta por el barrio, entró a su casa, se quitó el abrigo, y se tumbó en el sofá para descansar. Al día siguiente tomó para desayunar unas tostadas con mantequilla y un vaso calentito de leche. Se acercó a la puerta, abrió y cogió el periódico que estaba en el suelo, se sentó y empezó a leerlo. Vio la sección de empleos, y buscó un trabajo apropiado para ella.
-Basurera, no.
-Niñera, tampoco.
-Profesora tampoco.
-Bombera, tampoco. -dijo pensando
-¡Sí eso sí, secretaría!
Llamó al número de teléfono y le aceptaron en el trabajo. Empezaba mañana mismo, aunque ese día solo le explicarían lo que tenía que hacer.
Cuando terminó de desayunar, se vistió, y se fue a comprar unos zapatos con tacones que le quedasen bien, ella siempre quería estar mona. Lo malo es que tenía una mancha en el cuello que era muy fea, y para ocultarla siempre llevaba una camiseta larga, para que nadie viera esa mancha.
Se fue hacia la tienda, y empezó a ver todos los zapatos que había. Unos le gustaron mucho, pero el precio era muy caro y no los podía comprar porque, después de haber comprado la casa, tenía que ahorrar un poco de dinero.
Volvió a casa con un foular y unos zapatos nuevos, no muy caros.
Decidió salir a pasear, se chocó con una persona y le tiró todos los libros que llevaba encima. Le ayudó a recogerlos y se disculpó.
-Lo siento, no te había visto. -dijo ella.
-Tranquila, no pasa nada, a cualquiera le puede ocurrir. -dijo Jaime, el chico.
-Parece que te gusta mucho leer, ¿no? -dijo Lisa.
-¡Sí, vengo de la biblioteca! -le contestó.
Jaime y Lisa hablaron un rato y se conocieron un poco mejor. Se despidieron y cada uno siguió su camino. Fue a la biblioteca, y pensó que podría coger unos libros por si se aburría y no sabía qué hacer. Se fue hacia su casa y dejó los libros encima de la mesa.
Pensó que podría conocer a sus vecinos. Salió de casa y llamó a la puerta de al lado.
-¡Hola! -dijo Lisa. -Llegué ayer, y quería saber quiénes van a ser mis vecinos.
-Pues me parece muy bien. Yo soy Carlos y esta es mi mujer Clara. -dijo el vecino.
-¡Encantada de conoceros, adiós, ya nos iremos viendo!. -dijo ella contenta.
Fue al otro lado del rellano, pero no había nadie, estaba en venta. Se fue a su casa, y como era tarde, cenó, se fue al baño y se echó a la cama. En realidad, no había tenido un tan mal día como ella se había imaginado.
Otro día. Se despertó, salió de casa y se fue hacia el trabajo. Cuando llegó, se saludaron y empezó a explicarle paso a paso todo lo que iba a tener que hacer allí.
-Entonces yo los atiendo y les doy lo que ellos me piden. -dijo Lisa.
-Sí eso quiero que hagas, pero tienes que saber donde está cada cosa: los lápices, los bolis, las pinturas, el pegamento… -dijo ella
-Si quieres hoy te puedes ir ya a casa y mañana empiezas a trabajar. –dijo la jefa.
-Ah pues vale, así para mañana ya lo tendré todo claro. -le contestó Lisa.
Al irse hacía su casa, compró una barra de pan en el supermercado, la pagó y siguió su camino. Se dio cuenta de que había llegado alguien a la casa de al lado, la que estaba en venta. Se acercó a ver y vio quién sería su nueva vecina. Tocó a la puerta y de repente:
-¡Caramba! -dijo sorprendida. -¡Pero si yo a usted la conozco!
-Gracias a ese décimo que me dio me cambió la vida, de estar en la calle, ahora me encuentro aquí, en una casa, y no paso frío. Me sobró hasta dinero para cambiarme de ropa, ducharme y comer algo para recuperar fuerzas. -dijo la señora, feliz.
-¡Ay!, pero qué bien. ¡Cuánto me alegro! -dijo Lisa.
Se fue a su casa, sorprendida por lo que le acababa de ocurrir. Ella pensaba, le doy a una señora pobre un décimo, y al día siguiente me la encuentro viviendo al lado, feliz y sobrándole dinero. Si no se lo hubiera dado, ahora mismo yo tendría mucho dinero, pero me alegro de haberle ayudado a reconstruir su penosa vida.
-¡Qué mañana tan rara! -concluyó Lisa
Al rato empezó a comer. Como estaba muy silenciosa la casa, se puso la tele a ver lo que echaban, hasta que encontró algo entretenido para ver. Pasó la tarde, cenó, se lavó los dientes, hizo pis y se echó a la cama.
Ella en la cama pensaba…
-¿Por qué todos los días tendrán que ser iguales o parecidos? -dijo pensando -Levantarse, desayunar, lavarse los dientes, ir a trabajar, comer, dar un paseo, ver la televisión… Aunque a veces, pasan cosas distintas, raras. Como hoy con la nueva vecina, fue algo muy sorprendente y maravilloso.
Cerró los ojos, intentó dormir. Después de un rato se levantó, cogió un bolígrafo y escribió algo en la pared. Volvió a dejar el bolígrafo donde lo había cogido, se fue hacia su cama, pero se tropezó con la alfombra y se cayó, se volvió a levantar y se echó a la cama de nuevo.
Por la mañana, se dirigió al salón, se preparó el desayuno y…
-¿Y eso? Eso no estaba ayer, que me acuerdo perfectamente. -dijo Lisa, extrañada
Se levantó de la silla, se acercó y vio que ponía: “Sonámbula”
-¡Qué raro!, no creo que lo haya puesto yo. O puede que sí, y que sea para que yo sepa que soy sonámbula. -dijo ella
Como tenía prisa, se fue hacia el trabajo, sin poder olvidar todo lo sucedido.
Se acordó de pronto de que le pareció ver algo escrito en la pared cuando fue a visitar la casa por primera vez, pero entonces no le había prestado ninguna atención.
Esa noche había soñado precisamente con todo eso, lo de me levanto, me caigo, me levanto, me voy a la cama, el boli, la alfombra. “Caso felizmente cerrado”, pensó ella, y respiró aliviada, pues ser sonámbula no le hacía ninguna gracia.
Mientras iba por la calle ensimismada con todos sus pensamientos, vio que se le acercaba el chico tan majo de los libros del otro día. Se pusieron los dos tan contentos por haberse vuelto a encontrar…, y hasta el día de hoy, Lisa y Jaime, siguen juntos y felices.