Era una noche lluviosa y muy oscura, estaba tronando, cuando de repente sonó el timbre en la casa de Ian, un niño de 5 años que vivía con su mamá, su papa y Kiko, el gato.
-¡Voy yo! -dijo Ian corriendo hacia la puerta.
Cuando la abre mira a un lado y después al otro, pero no ve nada. Antes de cerrar la puerta, se da cuenta de que en el suelo había…
-¡Un bebé! -dijo sorprendido y contento.
Él siempre había querido tener una hermanita.
-¡Mamá! –dijo. -¡Corre, ven rápido!
-¡Ya voy! ¡Tranquilo! ¡Qué ocurre! -dijo la madre algo asustada.
-Ocurre esto -dijo Ian.
Ian se apartó dejando ver a su madre el bebé. Era una niña, tenía los ojitos cerrados y estaba dormida.
-¡Pero qué monada de bebé! -dijo la madre.
La madre la cogió en brazos y la llevó dentro de casa, si no se constiparía, aunque estaba envuelta con una manta.
-¡Papá! -dijo Ian gritando- ¡Mira, ven rápido!
El padre al verla se quedó sorprendido, y Ian le fue contando a su padre lo ocurrido.
El gatito que estaba durmiendo, se levantó y se dio cuenta de que ahora había un nuevo miembro en la familia.
-Vamos a dejarla en la cuna de Ian. -dijo la madre. -¿No te importará verdad?
-¡A mí! ¡Qué va!, la puedes dejar en mi cuna. -dijo él.
Cuando le quitaron la manta, la madre se fijó que había una nota, la cogió y la leyó en alto:
-Espero que haya dejado a mi bebé en buenas manos. Por favor cuidarla bien, no puedo deciros el motivo de por qué no puedo cuidarla ni criarla yo. Ponedle un nombre, yo he preferido no hacerlo. Gracias.
La madre dijo que teníamos que pensar un nombre para ella. Como cada uno quería un nombre distinto la madre pensó:
-Podríamos coger un trozo de papel cada uno, escribir el nombre nos guste para la niña, dejarlos boca abajo, mezclarlos y escoger uno al azar. Ese será su nombre. -dijo la madre resuelta.
-¡Sí, me parece bien! -dijo Ian.
-Pero después no valdrá quejarse -dijo el padre.
El gato estaba tumbado en el sofá observándolos y algo aburrido. El padre escribió Sofía; Ian, Claudia; y la madre, Amanda. Cuando los mezclaron, Ian eligió uno.
-¡Sofía! -dijo Ian en alto.
-¡Bien, ese es el nombre que yo había escrito! -dijo el padre contento.
Como era tarde, todos se fueron a dormir. Sofía ya estaba en la cuna.
Kiko siempre salía por las noches con sus amigos. Se fue con cuidado, para no despertar a nadie.
-¡Ya estoy fuera! -dijo él. -¡Qué tarde es, voy a llegar tarde!
Se fue corriendo, y enseguida llegó.
-¡Hola amigos! -dijo -Siento haber llegado tarde, es que como hoy en casa ha ocurrido algo pues…
-No hace falta que nos des ninguna explicación, no importa. -dijo el jefe de los gatos.
-¡Oh gracias! Solo es que ha llegado otro miembro más a nuestra casa. -dijo contento.
Los gatos se llevaban fatal con los perros, siempre discutían, y Kiko quería que pudieran llegar a ser amigos.
-Me voy cachorros, tengo un asunto pendiente, -dijo él- tengo que hablar con un perro y decirle lo que he pensado, para que se lo diga a los demás. -dijo Kiko.
Los perros también se reunían, pero en otra parte. Cuando llegó cerca de los perros, éstos miraron a Kiko de forma enfadada. Kiko no se atrevía a hablar con ellos.
-Será mejor que los deje tranquilos y decírselo solo al jefe de los perros - pensó Kiko.
Cuando Kiko les dijo su idea a sus amigos dijeron todos:
-¡No! ¡Nunca!
Kiko quería que los perros y los gatos fuesen amigos, pero más lo hacía porque estaba enamorado de una perrita muy guapa. Tenía unas pestañas largas, la piel marrón claro, y ojos azules, aunque no era cosa normal que le gustase una perrita.
La perrita también le quería, pero los padres de la perrita no permitían que se juntase con él. Por eso un día se construyó un gran muro dejando separados a los amantes. Cada noche los pájaros sentían pena por ellos y formaban un puente, así Kiko podía pasar al otro lado y poder ver a su perrita.
Después de haberla visto y haberle hablado, Kiko se fue hacía su casa, se echó a la cama y se durmió soñando con ella.
A la mañana la mamá despertó a Sofía para darle el desayuno y después a Ian. El padre estaba durmiendo porque se sentía muy cansado.
Sofía estaba contenta, pero la madre empezó a pensar en ella:
-Ahora que está Sofía, habrá que comprarle pañales, y comida que no sea para masticar, coma sopa, puré, leche... -pensaba la madre.
Después de haber desayunado, Sofía dijo:
-¡Mamá!
La madre se alegró mucho, había dicho su primera palabra. Se lo dijo al nuevo hermanito de Sofía, y cuando se despertó el padre, se fue directa a contárselo.
Y así, el gatito, la madre, el padre y también Ian, iban acomodándose poco a poco a las nuevas circunstancias que suponía tener otro miembro más en la familia.
Por otra parte Kiko sabía que debería conformarse con una bonita amistad entre él y su perrita enamorada. Y eso fueron siempre, ¡buenos amigos! Y además, con el consentimiento de los papás gatos y perros.
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