La profesora ya había recogido el dinero para la excursión al museo.
Pidió a sus alumnos que todos bajaran del autobús en orden y despacio, pero fue como si no hubiera dicho nada.
En la entrada había una señora mirándoles e indicando que la siguieran. Ella les saludó y les dijo que por favor que no tocaran nada del museo, porque había cosas muy delicadas y antiguas.
Empezó diciendo que antes, los faraones tenían joyas y sirvientas que les hacían el trabajo. Los faraones vivían como dioses y conseguían todo lo que deseaban.
- En ese cuadro podéis ver a un faraón abanicado por dos de sus sirvientas, y al lado pirámides -dijo ella- ¿Alguien ha estado en Egipto alguna vez?
- Yo he estado con mi familia allí, de vacaciones -dijo uno.
- Tendréis que llevar, si vais, ropa de verano, camisetas de tirantes, pantalón corto, sandalias…-dijo ella- Podéis sacar alguna foto si queréis, después seguiremos con la visita. Ahora ir viendo lo demás.
Algunos niños se sentaron en un banco. Uno de ellos, muy curioso, tocó una figura de la pared que tenía un agujero y metió su dedito. De repente ese trozo de la pared dio media vuelta, llevándose a los once niños a un sitio oscuro y frío.
Esos once niños estaban muy asustados y empezaron a dar golpes en la pared. El suelo empezó a temblar, con el peso el suelo se rompió, y cayeron todos al agua. La corriente les iba arrastrando. Tres de ellos no sabían nadar y murieron ahogados.
Llegaron los ocho niños hasta una sala donde había dos sarcófagos de pie. Los niños tuvieron curiosidad por saber lo que había dentro. Cuando los abrieron aparecieron…
- ¡Momias! -dijo uno chillando.
Las dos momias empezaron a moverse y perseguían a los niños.
- ¡A correr! -dijo uno de ellos, asustado.
No sabían qué hacer, no había salida, ¡estaban atrapados!. Se miraban los unos a los otros, sin saber cómo salir de allí. Una momia cogió a un niño, y lo encerró en el sarcófago del que había salido ella.
La otra momia hizo lo mismo que la anterior. Después las dos momias tocaron un dibujo que había en la pared, la pared se levantó y las momias se fueron.
Entonces los niños rápidamente fueron a mirar dentro de los sarcófagos para ayudar a sus dos compañeros, y descubrieron que… ¡Estaban muertos!
Los niños tenían clavados en el pecho seis pinchos con puntas muy afiladas.
Esos seis niños ya temían que iban a morir todos.
Uno de ellos estaba muy asustado, muerto de miedo, y no paraba de llorar, no podía soportar tanto sufrimiento, así que sacó el cuerpo de un niño que estaba en el sarcófago, se metió él, y los pinchos se le clavaron en el pecho al igual que les había ocurrido a los otros dos.
Se fueron de esa sala de la misma forma que lo habían hecho las momias. Ese lugar al que llegaron era enorme, no sabían por dónde salir; uno pensó en romper la pared que les rodeaba, pero los muros eran muy gruesos para poder con ellos.
Más adelante, encontraron una sala que tenía agua. Uno de ellos cogió un palo, y lo metió en el agua, para saber cuánto había de profundidad. Pero de repente apareció en el agua, como una especie de cola de…
-¡Cocodrilos! -dijo uno asustado.
Loa cocodrilos salieron del agua y fueron hacía los niños. Los niños empezaron a correr sin saber cómo escapar de ese lugar. Dos niños, se fueron por un lado y los otros tres por otro, los cocodrilos les pisaban los talones. Quedaron atrapados los tres en una sala sin escapatoria. Los cocodrilos los acorralaron, abrieron la boca y se zamparon a esos tres niños.
Los otros dos niños que quedaban, sabían que en ese momento podían haber muerto. Uno de ellos dijo:
-Tiene que haber algún lugar por el que podamos salir de aquí. En esta sala no hemos estado, ¿verdad?
-No, pero yo no vuelvo a quedarme en ninguna sala, en todas hay algo malo -le contestó.
-Pero puede que encontremos en esta sala alguna escapatoria -le dijo.
-No sé yo, pero yo no entro.
Uno de ellos entró, cuando dio el primer paso, la puerta se cerró, dejándolos separados el uno del otro. Su amigo, fue dando una vuelta alrededor de la sala, para ver si había algo para poder ayudarle, se encontró con un pequeño agujero.
Miró a través de él, y vio que las paredes se cerraban, estaban a punto de aplastar a su amigo. Pero no tenía ninguna salvación. Solo quedaba vivo él.
Empezó a buscar por todos los sitios si había alguna salida. Pasó por un lugar, y vio un dibujo en la pared que le sonaba bastante. No sabía si tocarlo, pero sin pensarlo lo hizo, y la pared dio media vuelta. Se encontraba de nuevo en el museo. Allí estaban sus demás compañeros:
-¿Qué hacéis? -dijo él.
-Buscar a los compañeros que se han perdido -dijo uno de ellos.
-¡Yo sé lo que les ha ocurrido a todos! -dijo él -¡Están muertos!
-¿Qué? -le contestó.
Les empezó a contar a sus compañeros y a la profesora lo ocurrido. Pero… nadie le creía. Llegaron a concluir que habían salido del museo y se habían perdido. La profesora estaba desolada. ¿Qué les diría a sus padres?
Cuando llegaron al colegio, estaban sus padres allí, para recibir a sus hijos, pero diez de ellos se llevarían una mala noticia. La profesora les dijo que se habían perdido, y que habían estado cinco horas buscándolos, pero ni rastro de ellos.
Los padres tenían ganas de chillar y de llorar, estaban confundidos. Tenían ganas de llamar a la policía aunque ya era demasiado tarde.
La excursión al museo se había convertido en una tragedia.
Entonces bajaron el telón del teatro del colegio y, al volverlo a subir aparecieron todos sonrientes y los diez compañeros llenos de manchas de tomate por todas partes.
La función había sido todo un éxito.
me gusta mucho
ResponderEliminarmola mucho soy alex ezqerrra
ResponderEliminar