-¡Al salir del bar empezó a comportarse de forma extraña! -comunicaba el dueño del bar a los policías.
El dueño hablaba de un chico que se emborrachó. Los policías le dijeron que el joven había cometido varios delitos: robó una moto y a varias señoras que iban por la calle les quitó el bolso, rompió una papelera y empujó a una persona dejándola caer al suelo.
Debido a su comportamiento, no tuvieron más remedio que meterle en la cárcel por haber hecho tantas cosas malas.
El joven era adoptado, su madre adoptiva se murió en un accidente de coche, y su padre se murió por una enfermedad. Estaba solo, no tenía a donde ir.
En la cárcel todo era horrible, su habitación era pequeña y muy fría. Solo había una cama y un inodoro muy sucio. Servían muy poca comida y apenas había luz, porque la ventana tan pequeña que había no dejaba pasar luz.
Ya llevaba allí tres días, y era como si hubiera pasado un mes, no aguantaba más, quería gritar, se estaba volviendo loco, sentía como que las paredes se le iban haciendo más pequeñas, por lo que una noche al servir la cena, le dio un puñetazo al funcionario dejándolo en el suelo.
Se le ocurrió cambiarse la ropa con el funcionario de la cena. Lo dejó tumbado en la cama de medio lado. El joven se camufló un poco la cara, para que los guardias no le pudieran distinguir bien.
Cuando no se veía ningún guardia se dirigió hacia la salida de los trabajadores. Se iba acercando cada vez más a la salida, pensando….
-Todo saldrá bien, todo saldrá bien…-dijo el joven.
Hasta que… ¡estaba fuera!, ¡no se lo podía creer! Llegó al bosque, ya nadie le podía ver; después de unos segundos se escuchó la alarma de la cárcel.
-¡Sí que han tardado en enterarse de que me he escapado! -dijo el joven contento.
Empezó a correr alejándose mucho, mucho de la cárcel. Se había alejado tanto que ya no se veía la cárcel. El bosque era inmenso, tan grande que tardaría en atravesarlo cinco días.
Buscó una zona donde vivir, estaba amaneciendo, se iba viendo el sol. Para vivir allí tenía que hacer una cabaña, o algo lo más parecido a una casa donde pudiera estar. Estuvo todo el día dedicándose a hacer un hogar.
Está casi hecha, la cabaña de madera estaba entre dos troncos donde se sujetaba bastante bien la cabaña. Es más grande que su habitación en la cárcel, con dos ventanas muy bien construidas, el techo estaba cubierto por ramas, y encima había puesto hojas, así no pasaría el agua cuando lloviera, el sol entraría por las ventanas. Era una casa perfecta para vivir. Se tumbó en el suelo, era tarde y estaba cansado.
Cuando amaneció, al pasear por el bosque en busca de comida, encontró un tronco lleno de nueces grandes, también encontró dos cubos de playa, estaban sucios y partidos por la mitad pero se podían usar. Metió allí todas las nueces y las llevó a la cabaña.
Volvió a por más, cogió todas las que había, le servirían para un par de años enteros. Pensó en coger hierbas para usarlas de cama y almohada, así dormiría más cómodo.
Era una cabaña perfecta. Había un río, parecía limpio y el agua estaba clarita, se podía distinguir con claridad lo que había en el rio. Se metió un poco para ver si cubría mucho, allí se bañaría para estar siempre limpio.
Se fijó que en el agua había peces. ¡Se alegro mucho! Así podría comérselos, cuando los tuviera, haría fuego, con cuidado de que nadie se enterara y de que no quemara el bosque, así asaría los peces para poder comérselos.
No muy lejos encontró un peral rodeado de algunos manzanos. Cogió una pera, la lavó con agua y la probó, estaba muy sabrosa. Cogió unas cuantas y las llevó a la cabaña.
Tenía una vida perfecta.
Un día pasó un chaval, no se podía ni sostener, estaba muerto de hambre, se cayó al suelo, y el joven le ayudó. Lo cogió en brazos y lo llevó hacia su cabaña. Le dio nueces, una manzana y una pera.
El chaval se encontraba mejor, le dijo que se había escapado de la cárcel, llevaba un mes, escarbaba con las cucharas, hasta que encontró la salida. El joven le contó su aventura.
-¡Si quieres, te puedes quedar aquí conmigo a vivir! ¡Yo estoy muy solo, y podríamos vivir juntos! ¿Qué te parece? -dijo el joven.
-¡A mí, genial! -contestó el chaval.
Y así se quedaron a vivir juntos. ¡Entre la naturaleza!
Un día el chaval se empezó a encontrar mal, empezó a sudar mucho, tenía mareos y le temblaban las piernas.
-¡Qué te ocurre! -dijo el joven asustado.
El chaval casi sin fuerzas ni ganas, le dijo:
-Me siento fatal, estoy enfermo.
El joven le agarró y lo sentó en el suelo al ver que parecía que no se podía sostener en pie. Fue al río cogió unas cuantas hojas y las mojó con agua. El joven se las restregó por la frente para quitarle el sudor. Cada minuto que pasaba el chaval se encontraba peor. Se le ocurrió llevarlo al pueblo más cercano de donde se encontraban, así le podrían curar.
Estaba muy pálido, le dio algo para que comiera y tuviera fuerzas, pero se negó. Lo cogió en brazos; de rato en rato paraba a descansar, estaba agotado.
Ya anochecía. Caminaron durante horas hasta que el joven vio a lo lejos una luz. Cuando estaba más cerca se dio cuenta de que era una farola, ya veía el pueblo.
Caminaba intentando que nadie les viera, puede que la policía los estuvieran buscando, pero ahora su amigo se encontraba grave, con que solo quería que se recuperara aunque después se lo llevaran a la cárcel.
Ya a lo lejos vio el hospital, había una enfermera, el joven le pidió que curasen a su “hijo” ocultando su cara, no había que dar datos verdaderos. La enfermera se acercó al enfermo, vio que sudaba mucho, sentía como mareos, y que le temblaba el cuerpo.
-Pues me temo que su hijo ha comido setas venenosas -dijo la enfermera preocupada.
-¿Se va a morir? -le contestó el joven.
Le realizaron un análisis de sangre, devolvió y le dieron una medicación.
-Ya está, ahora dentro de poco verá como su hijo se encuentra de maravilla -le dijo la enfermera- Si hubiera llegado más tarde se hubiera muerto.
-Muchas gracias enfermera, no sabe lo feliz que estoy -dijo el joven.
-Me alegro, ahora tendrá que estar aquí en reposo como una hora más o menos -le dijo la enfermera.
-No hay problema -le contestó.
El joven estaba contento de que al final todo saliera bien, ahora solo faltaba que se recuperara y se marchasen a la cabaña. Ya habían pasado tres cuartos de hora, y el chaval se despertó.
-¿Te duele algo? -le dijo el joven.
- Me siento muy bien, sin dolores ni nada -le contestó.
-Perfecto, ya nos podemos ir, pero con cuidado de que no nos vea nadie -le dijo el joven.
Le dieron las gracias a la enfermera, y se adentraron en el bosque.
Después de andar tanto, lo primero que hicieron fue comer algo, y seguir hacia delante.
¡La vida les brindaba una nueva oportunidad para ser buenos y felices!