viernes, 5 de agosto de 2011

OTRA OPORTUNIDAD PARA MEJORAR



-¡Al salir del bar empezó a comportarse de forma extraña! -comunicaba el dueño del bar a los policías.
El dueño hablaba de un chico que se emborrachó. Los policías le dijeron que el joven había cometido varios delitos: robó una moto y a varias señoras que iban por la calle les quitó el bolso, rompió una papelera y empujó a una persona dejándola caer al suelo. 
Debido a su comportamiento, no tuvieron más remedio que meterle en la cárcel por haber hecho tantas cosas malas.
El joven era adoptado, su madre adoptiva se murió en un accidente de coche, y su padre se murió por una enfermedad. Estaba solo, no tenía a donde ir.
En la cárcel todo era horrible, su habitación era pequeña y muy fría. Solo había una cama y un inodoro muy sucio. Servían muy poca comida y apenas había luz, porque la ventana tan pequeña que había no dejaba pasar luz.
Ya llevaba allí tres días, y era como si hubiera pasado un mes, no aguantaba más, quería gritar, se estaba volviendo loco, sentía como que las paredes se le iban haciendo más pequeñas, por lo  que una noche al servir la cena, le dio un puñetazo al funcionario dejándolo en el suelo.
Se le ocurrió cambiarse la ropa con el funcionario de la cena. Lo dejó tumbado en la cama de medio lado. El joven se camufló un poco la cara, para que los guardias no le pudieran distinguir bien.
Cuando no se veía ningún guardia se dirigió hacia la salida de los trabajadores. Se iba acercando cada vez más a la salida, pensando….
-Todo saldrá bien, todo saldrá bien…-dijo el joven.
Hasta que… ¡estaba fuera!, ¡no se lo podía creer! Llegó al bosque, ya nadie le podía ver; después de unos segundos se escuchó la alarma de la cárcel.
-¡Sí que han tardado en enterarse de que me he escapado! -dijo el joven contento.
Empezó a correr alejándose mucho, mucho de la cárcel. Se había alejado tanto que ya no se veía la cárcel. El bosque era inmenso, tan grande que tardaría en atravesarlo cinco días.
Buscó una zona donde vivir, estaba amaneciendo, se iba viendo el sol. Para vivir allí tenía que hacer una cabaña, o algo lo más parecido a una casa donde pudiera estar. Estuvo todo el día dedicándose a hacer un hogar.
Está casi hecha, la cabaña de madera estaba entre dos troncos donde se sujetaba bastante bien la cabaña. Es más grande que su habitación en la cárcel, con dos ventanas muy bien construidas, el techo estaba cubierto por ramas, y encima había puesto hojas, así no pasaría el agua cuando lloviera, el sol entraría por las ventanas. Era una casa perfecta para vivir. Se tumbó en el suelo, era tarde y estaba cansado.
Cuando amaneció, al pasear por el bosque en busca de comida, encontró un tronco lleno de nueces grandes, también encontró dos cubos de playa, estaban  sucios  y partidos  por la mitad pero se podían  usar. Metió allí todas las nueces y las llevó a la cabaña.
Volvió a por más, cogió todas las que había, le servirían para un par de años enteros. Pensó en coger hierbas para usarlas de cama y almohada, así dormiría más cómodo.
Era una cabaña perfecta. Había un río, parecía limpio y el agua estaba clarita, se podía distinguir con claridad lo que había en el rio. Se metió un poco para ver si cubría mucho, allí se bañaría para estar siempre limpio.
Se fijó que en el agua había peces. ¡Se alegro mucho! Así podría comérselos, cuando los tuviera, haría fuego, con cuidado de que nadie se enterara y de que no quemara el bosque, así asaría los peces para poder comérselos.
No muy lejos encontró un peral rodeado de algunos manzanos. Cogió una pera, la lavó con agua y la probó, estaba muy sabrosa. Cogió unas cuantas y las llevó a la cabaña.
Tenía una vida perfecta.
Un día pasó un chaval, no se podía ni sostener, estaba muerto de hambre, se cayó al suelo, y el joven le ayudó. Lo cogió en brazos y lo llevó hacia su cabaña. Le dio nueces, una manzana y una pera.
El chaval se encontraba mejor, le dijo que se había escapado de la cárcel, llevaba un mes, escarbaba con las cucharas, hasta que encontró la salida. El joven le contó su aventura.
-¡Si quieres, te puedes quedar aquí conmigo a vivir! ¡Yo estoy muy solo, y podríamos vivir juntos! ¿Qué te parece? -dijo el joven.
-¡A mí, genial! -contestó el chaval.
Y así se quedaron a vivir juntos. ¡Entre la naturaleza!
Un día el chaval se empezó a encontrar mal, empezó a sudar mucho, tenía mareos y le temblaban las piernas.
-¡Qué te ocurre! -dijo el joven asustado.
El chaval casi sin fuerzas ni ganas, le dijo:
-Me siento fatal, estoy enfermo.
El joven le agarró y lo sentó en el suelo al ver que parecía que no se podía sostener en pie. Fue al río cogió unas cuantas hojas y las mojó con agua. El joven se las restregó por la frente para quitarle el sudor. Cada minuto que pasaba el chaval se encontraba peor. Se le ocurrió llevarlo al pueblo más cercano de donde se encontraban, así le podrían curar.
Estaba muy pálido, le dio algo para que comiera y tuviera fuerzas, pero se negó. Lo cogió en brazos; de rato en rato paraba  a descansar, estaba agotado.
Ya anochecía. Caminaron durante horas hasta que el joven vio a lo lejos una luz. Cuando estaba más cerca se dio cuenta de que era una farola, ya veía el pueblo.
Caminaba intentando que nadie les viera, puede que la policía los estuvieran buscando, pero ahora su amigo se encontraba grave, con que solo quería que se recuperara aunque después se lo llevaran a la cárcel.
Ya a lo lejos vio el hospital, había una enfermera, el joven le pidió que curasen a su “hijo” ocultando su cara, no había que dar datos verdaderos. La enfermera se acercó al enfermo, vio que sudaba mucho, sentía como mareos, y que le temblaba el cuerpo.
-Pues me temo que su hijo ha comido setas venenosas -dijo la enfermera preocupada.
-¿Se va a morir? -le contestó el joven.
Le realizaron un análisis de sangre, devolvió y le dieron una medicación.
-Ya está, ahora dentro de poco verá como su hijo se encuentra de maravilla -le dijo la enfermera- Si hubiera llegado más tarde se hubiera muerto.
-Muchas gracias enfermera, no sabe lo feliz que estoy -dijo el joven.
-Me alegro, ahora tendrá que estar aquí en reposo como una hora más o menos -le dijo la enfermera.
-No hay problema -le contestó.
El joven estaba contento de que al final todo saliera bien, ahora solo faltaba que se recuperara y se marchasen a la cabaña. Ya habían pasado tres cuartos de hora, y el chaval se despertó.
-¿Te duele algo? -le dijo el joven.
- Me siento muy bien, sin dolores ni nada -le contestó.
-Perfecto, ya nos podemos ir, pero con cuidado de que no nos vea nadie -le dijo el joven.
Le dieron las gracias a la enfermera, y se adentraron en el bosque.
Después de andar tanto, lo primero que hicieron fue comer algo, y seguir hacia delante.
¡La vida les brindaba una nueva oportunidad para ser buenos y felices!

viernes, 15 de julio de 2011

LA LEYENDA DEL CHAJÁ




El anciano Aguará era el Cacique de una tribu guaraní. En su juventud, el valor y la fortaleza lo distinguieron entre todos; pero ahora las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas es sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños.
Un día soleado, unos cazadores salieron a ver si tenían suerte y cazaban algo; cazaron un conejo, y de pronto se escucharon muchos disparos seguidos desde donde se encontraba la tribu. Taca, la hija de Aguará, extrañada, no entendía lo que estaba ocurriendo. Fue directa hacia su caballo y fue hacia donde se habían escuchado los disparos; pero, a mitad de camino, ya no se escuchaban los disparos, habían parado, con que regresó a la tribu.
Pasaron tres días y los cazadores no regresaban. Taca le dijo a su padre:
-Voy a ver si veo a los cazadores por el bosque -dijo ella.
-Por favor, ten mucho cuidado hija, no quiero que desaparezcas de mi vida -dijo Aguará.
Taca había entendido muy bien lo que había querido decir su padre con eso de desaparecer de su vida; se montó en el caballo, y se fue en busca de los cazadores. Después de una hora, se encontró a dos cazadores muertos, algo les había atacado.
Volvió al pueblo y le contó a su padre lo que habían visto sus ojos.
-Padre, voy  a ir al bosque a ver lo que ha atacado a los cazadores -dijo su hija.
-¡Ten mucho cuidado!, no sé qué haría sin ti, ya soy mayor y si me muero, - le contestó Aguará-  tú serías la que me sustituirías.
Taca se montó en su caballo y se fue hacia el bosque. Vio algo entre las hojas,  se le iba acercando cada vez más, y… abrió sus alas haciendo un ruido extraño. Taca se asustó, era…
-¡El Chajá!-dijo asustada.
Taca había escuchado muchas historias del Chajá que le contaban sus abuelos, lo extraño era que había atacado a los cazadores siendo inofensivo, no llegó nunca a pensar que de verdad existiera.
Era enorme, tenía los dientes afilados, las uñas de los pies y de las manos puntiagudas. Se dio cuenta de que el Chajá estaba herido, tenía dos balas en el cuerpo, ahora entendía por qué  había atacado a los cazadores: el Chajá se había asustado por los ruidos de la escopeta al disparar.
Taca cogió una cuerda gruesa y larga que tenía encima del caballo, la lanzó encima del ave, le agarró las manos y los pies, para evitar que se moviera demasiado.
Cogió su botiquín, que siempre llevaba encima por si ocurría algo. Lo abrió y sin tener idea de cómo extraer una bala, cogió unas pinzas, hizo fuerza hacia fuera y la sacó. Luego hizo lo mismo con la otra. Cogió unas vendas y se las enrolló alrededor de donde le habían dado las balas.
El Chajá se sintió mejor y se dio cuenta de que Taca le había ayudado. Taca le acarició su pelaje y el Chajá se fue volando.
Taca guardó todo lo que había sacado: las cuerdas, las pinzas, el botiquín… Se montó en su caballo y se fue hacia la tribu.
Aguará se alegró al verla, la abrazó y le dio dos besos.
-¿Qué ha pasado?-dijo su padre.
-Es una larga historia-dijo ella.
-Cuéntamela, tengo todo el tiempo del mundo-le contestó su padre.

martes, 14 de junio de 2011

¿DÓNDE ESTÁN MIS ALUMNOS?




La profesora ya había recogido el dinero para la excursión al museo.
Pidió a sus alumnos que todos bajaran del autobús en orden y despacio, pero fue como si no hubiera dicho nada.
En la entrada había una señora mirándoles e indicando que la siguieran. Ella les saludó y les dijo que por favor que no tocaran nada del museo, porque había cosas muy delicadas y antiguas.
Empezó diciendo que antes, los faraones tenían joyas y sirvientas que les hacían el trabajo. Los faraones vivían como dioses y conseguían todo lo que deseaban.
- En ese cuadro podéis ver a un faraón abanicado por dos de sus sirvientas, y al lado pirámides -dijo ella- ¿Alguien ha estado en Egipto alguna vez?
- Yo he estado con mi familia allí, de vacaciones -dijo uno.
- Tendréis que llevar, si vais, ropa de verano, camisetas de tirantes, pantalón corto, sandalias…-dijo ella- Podéis sacar alguna foto si queréis, después seguiremos con la visita. Ahora ir viendo lo demás.
Algunos niños se sentaron en un banco.  Uno de ellos, muy curioso, tocó una figura de la pared que tenía un agujero y metió su dedito. De repente ese trozo de la pared dio media vuelta, llevándose a los once niños a un sitio oscuro y frío.
Esos once niños estaban muy asustados y empezaron a dar golpes en la pared. El suelo empezó a temblar, con el peso el suelo se rompió, y cayeron todos al agua. La corriente les iba arrastrando. Tres de ellos no sabían nadar y murieron ahogados.
Llegaron los ocho niños hasta una sala donde había dos sarcófagos de pie. Los niños tuvieron curiosidad por saber lo que había dentro. Cuando los abrieron aparecieron…
- ¡Momias! -dijo uno chillando.
Las dos momias empezaron a moverse y perseguían a los niños.
- ¡A correr! -dijo uno de ellos, asustado.
No sabían qué hacer, no había salida, ¡estaban atrapados!. Se miraban los unos a los otros, sin saber cómo salir de allí. Una momia cogió a un niño, y lo encerró en el sarcófago del que había salido ella.
La otra momia hizo lo mismo que la anterior. Después las dos momias tocaron un dibujo que había en la pared, la pared se levantó y las momias se fueron.
Entonces los niños rápidamente fueron a mirar dentro de los sarcófagos para ayudar a sus dos compañeros, y descubrieron que… ¡Estaban muertos!
Los niños tenían clavados en el pecho seis pinchos con puntas muy afiladas.
Esos seis niños ya temían que iban a morir todos.
Uno de ellos estaba muy asustado, muerto de miedo, y no paraba de llorar, no podía soportar tanto sufrimiento, así que sacó el cuerpo de un niño que estaba en el sarcófago, se metió él, y los pinchos se le clavaron en el pecho al igual que les había ocurrido a los otros dos.
Se fueron de esa sala de la misma forma que lo habían hecho las momias. Ese lugar al que llegaron era enorme, no sabían por dónde salir; uno pensó en romper la pared que les rodeaba, pero los muros eran muy gruesos para poder con ellos.
Más adelante, encontraron una sala que tenía agua. Uno de ellos cogió un palo, y lo metió en el agua, para saber cuánto había de profundidad. Pero de repente apareció en el agua, como una especie de cola de…
-¡Cocodrilos! -dijo uno asustado.
Loa cocodrilos salieron del agua y fueron hacía los niños. Los niños empezaron a correr sin saber cómo escapar de ese lugar. Dos niños, se fueron por un lado y los otros tres por otro, los cocodrilos les pisaban los talones. Quedaron atrapados los tres en una sala sin escapatoria. Los cocodrilos los acorralaron, abrieron la boca y se zamparon a esos tres niños.
Los otros dos niños que quedaban, sabían que en ese momento podían haber muerto. Uno de ellos dijo:
-Tiene que haber algún lugar por el que podamos salir de aquí. En esta sala no hemos estado, ¿verdad?
-No, pero yo no vuelvo a quedarme en ninguna sala, en todas hay algo malo -le contestó.
-Pero puede que encontremos en esta sala alguna escapatoria -le dijo.
-No sé yo, pero yo no entro.
Uno de ellos entró, cuando dio el primer paso, la puerta se cerró, dejándolos separados el uno del otro. Su amigo, fue dando una vuelta alrededor de la sala, para ver si había algo para poder ayudarle, se encontró con un pequeño agujero.
Miró a través de él, y vio que las paredes se cerraban, estaban a punto de aplastar a su amigo. Pero no tenía ninguna salvación. Solo quedaba vivo él.
Empezó a buscar por todos los sitios si había alguna salida. Pasó por un lugar, y vio un dibujo en la pared que le sonaba bastante. No sabía si tocarlo, pero sin pensarlo lo hizo, y la pared dio media vuelta. Se encontraba de nuevo en el museo. Allí estaban sus demás compañeros:
-¿Qué hacéis? -dijo él.
-Buscar a los compañeros que se han perdido -dijo uno de ellos.
-¡Yo sé lo que les ha ocurrido a todos! -dijo él -¡Están muertos!
-¿Qué? -le contestó.
Les empezó a contar a sus compañeros y a la profesora lo ocurrido. Pero… nadie le creía. Llegaron a concluir que habían salido del museo y se habían perdido. La profesora estaba desolada. ¿Qué les diría a sus padres?
Cuando llegaron al colegio, estaban sus padres allí, para recibir a sus hijos, pero diez de ellos se llevarían una mala noticia. La profesora les dijo que se habían perdido, y que habían estado cinco horas buscándolos, pero ni rastro de ellos.
Los padres tenían ganas de chillar y de llorar, estaban confundidos. Tenían ganas de llamar a la policía aunque ya era demasiado tarde.
La excursión al museo se había convertido en una tragedia.
Entonces bajaron el telón del teatro del colegio y, al volverlo a subir aparecieron todos sonrientes y los diez compañeros llenos de manchas de tomate por todas partes.
La función había sido todo un éxito.